Por Abraham Santibáñez M.

Pasado el fervor de las Fiestas Patrias, el país enfrenta un retorno a la realidad política y social más difícil de lo habitual. Por si se hubiera olvidado, cabe reiterar lo que quedó sin resolver antes de este largo feriado. Está pendiente la acusación constitucional contra la ministra Marcela Cubillos. Se ha hecho cada vez más complejo el tema de la sequía. Además, saltó a la agenda noticiosa una tardía acusación acerca del financiamiento de la última campaña de Michelle Bachelet. Y sigue en el tapete un cambio de gabinete que parece inevitable.

De los actos oficiales, el Te Deum en Santiago generó no pocas críticas. Al revés de lo ocurrido en regiones, el administrador apostólico, Celestino Aós, pasó por alto el escabroso tema de los abusos sexuales. La Parada Militar, en cambio, resultó impecable, en un esfuerzo por superar los graves problemas que afectan directamente a tres excomandantes en jefe del Ejército. Lo reconoció el Presidente cuando, sin entrar en detalles, señaló que “ha sido un año muy complejo para el Ejército”.

El regreso al presente revivirá inevitablemente el tema de la división entre los chilenos, cuestión planteada de manera recurrente por el Jefe de Estado. Lo dijo en el aniversario del 11 de septiembre, en un acto no previsto en La Moneda: “No tenemos el derecho de dejarles a nuestros hijos las divisiones y odio que tanto dolor nos causaron en el pasado”. 

Desde un punto de vista personal, sin embargo, me parece que ello solo se podría lograr rehaciendo la historia. Sería necesario que nunca hubiéramos vivido el golpe de estado, el polarizado clima en el cual se produjo ni la brutal represión consiguiente.

Tender un velo de silencio sobre el nacimiento de la dictadura, tarea en la que se ha empeñado la derecha dura, no tiene sentido. Tanto así, que el propio Jefe de Estado que inicialmente había dispuesto que no se realizara ninguna conmemoración este 11 de septiembre, se sintió motivado para hablar, invitando a compartir “algunas reflexiones”.

No hizo, como en 2013, alusión a los “cómplices pasivos”, algunos de los cuales todavía permanecen en su entorno o, si no están en La Moneda, se expresan sin remordimientos ni sentimientos de culpa, como se comprobó en un documento publicado en El Mercurio. No solo no se quiere reconocer nada sino que se condena implacablemente a quienes hablan de derechos humanos, niegan los excesos cometidos y hasta hoy obstaculizan los esfuerzos de la justicia por investigar; eventualmente, recuperar los cadáveres y castigar a los responsables. 

El hecho que la diputada Carmen Hertz esté recibiendo por partes los restos de su marido, el abogado y periodista Carlos Berger, es una cruel demostración de esta insensibilidad. Hace dos sábados, ella informó que “hoy nos devolvieron nuevos restos de nuestro esposo y padre Carlos Berger Guralnik, asesinado por la Caravana de la Muerte… El desierto nos entregó trozos de su espalda y su mandíbula, una vida masacrada, mientras sus asesinos llevan décadas de impunidad y campea el negacionismo”.

Mientras esté abierta esta herida, será imposible olvidar. O considerar que el 11 de septiembre es un “día normal”, como cualquier otro.

Menos, todavía, creer que ya es hora de dar por superadas con pura buena voluntad las cuestionadas “divisiones”.

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