Por Abraham Santibáñez M.
No es culpa de las redes sociales, pero algo tienen que ver, sobre todo en materia de velocidad. Antiguamente, cuando alguien ofendía a alguien, el efecto nunca era instantáneo. La reacción del ofendido nunca tenía la velocidad del rayo. Ese lapso ayudaba muchas veces a pensar mejor la gravedad eventual de un dicho.

Hoy, en cambio, se impone la velocidad de la reacción. El Presidente Piñera describió la educación como una “industria” y al día siguiente se corrigió. Optó por hablar de “comunidad escolar”. La diputada Marisela Santibáñez ofendió gravemente a los chilenos que creemos que el asesinato de Jaime Guzmán fue un crimen repudiable. Ofreció disculpas pero su exabrupto ya pasó a la Comisión de Ética de la Cámara.

En estos mismos días, por una información falsa dada a conocer en Madrid y que un comentarista local repitió sin darse el trabajo de verificar si era cierta o no, la diputada Camila Vallejos se ha querellado por un ataque a su “dignidad y honra”. La falsa acusación no es menor: ella habría planteado públicamente que “la pedofilia es un derecho a recuperar”.

En otro extremo del espectro político, la alcaldesa de Maipú se querelló contra la comentarista radial María Luisa Cordero. ¿La razón? La opinóloga, que tiene título de siquiatra, diagnosticó detalladamente en TV que Kathy Barriga “tiene una encefalopatía de altura (…) con rasgos histéricos e infantiles (…) se victimiza con mucha facilidad y tiene una vulnerabilidad incompatible con la condición política (…) Tiene una paranoia soterrada. De repente se va a volver loca y va a empezar a escuchar voces y le van a hacer electroshock”.

En este caso, el asunto tuvo, sin embargo, un ritmo más tradicional: el comentario fue hecho en octubre y hace dos meses, en noviembre, se presentó el libelo.

La similitud en ambos casos es que los comentaristas ya ofrecieron disculpas aunque no está claro si han sido convincentes o no. Con escepticismo recordó la diputada Vallejo que Gonzalo De la Carrera le propuso “a modo de disculpas, un ‘ofrecimiento de tribuna para aclarar y derecho a réplica’, como si fuera un asunto debatible y, peor aún, usando su programa radial en Radio Agricultura”. Antes, en conversación con La Tercera, de la Carrera había asegurado que, debido a que no se dedica a la “investigación periodística”, no cuenta con las herramientas para reconocer si se trataba o no de una noticia falsa. No advirtió, claro, que la diferencia entre ser periodista y cumplir funciones periodísticas no lo exime de respetar la ética.

Por su parte, María Luisa Cordero dijo que “le ofrecería mis disculpas” a la edil de Maipú. “Me encantaría conversar con ella, tomar un café y terminar abrazadas no hipócritamente”. Admitió estar “arrepentida de no haber tenido más cuidado”.

La pregunta es si, tras aseveraciones tan graves, basta con ofrecer disculpas y considerar que con ello se arregló todo de inmediato. Como mucha gente concuerda en que no basta con unas pocas buenas palabras, crece el impulso para generar nuevas leyes restrictivas. En otras palabras, reimplantar la censura.

La experiencia, sin embargo, muestra que esa no es buena solución. No impide los excesos y, al imponer límites y restricciones a la libertad de expresión, abre la puerta a insospechados males peores.

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