Por Federico Gana Johnson,periodista y miembro del Directorio del Círculo de Periodistas.

Las palabras engendran belleza. Generan justicia. Acercan a la verdad, pero eso ya depende de quienes las lean. ¿Qué es falso, qué es cierto? Las palabras son el primer paso del quejumbroso vehículo que carga ideas, sentimientos, porfías, ironías, defensas, acusaciones. La risa y el llanto, la tragedia y la comedia.

Podrá ocurrir que, en nuestro tiempo hoy, entreverado con incontenibles divagaciones y el ataque despiadado de las redes sociales, se le estuviera dando una vida nueva a las palabras y a lo que traen consigo. Esa esencia poderosa como una llave que abre todas las puertas de los cielos y de los infiernos, de moros y cristianos, de los que sí y los que no.

Con la difícil realidad que traen volando las palabras estamos, en todo caso, sobreviviendo. Las palabras son hechos y de ellas vivimos como vivimos.

Hablemos de los aspectos informativos de nuestra diaria existencia, donde ya claramente nos cuesta definir lo que vale de lo que no vale. Como en un gran supermercado donde se ofrecen artículos de buena calidad en los mismos estantes que los sucedáneos y las porquerías.

Peor aún, existen las inmensamente mal intencionadas informaciones, cada vez más perfectas en su redacción y estilo. Bellas. Bien presentadas. Creíbles. Insoportablemente atractivas.

En esta realidad en que nos encontramos (tan rara que la llamamos “líquida”) la recepción de un texto o una imagen no depende de que sea verídico, sino de su provecho para ser tema de conversación, a la hora en que se conversan las cosas del día. Del instante. La mentira asociada a la crítica, a la mordacidad y al ataque furtivo, es de fácil propagación. Como el fuego rasante en las praderas secas. Y secos de información razonable y justa hemos estado, tanto tiempo.

Nunca había sido tan importante la fuerza de la palabra y su máxima exponente llamada Literatura, que contrarresta el vendaval cibernético y la arremetida (con indesmentibles aires de triunfo), del denominado periodismo digital y su obvia, sutil desinformación.

La batalla está en su apogeo. Lo que incluya humanamente la verdad y la mentira ya está golpeando las puertas y no sé si nos hemos dado cuenta, pero está nada más que en nosotros discernir lo que es de lo que no es.

Para ello, sentir las palabras. A lo que traen consigo. De eso se trata y qué bueno que estemos vivos para olfatearlas, son nuestro pan de cada día.

 

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