Por Rebeca Araya B.

Integro un grupo de wasap de 40 personas reunidas por amor a un hombre. Tiene 75 años y desde hace días lucha contra una neumonía causada por el Covid 19.

Se llama Rodrigo de Arteagabeitia Halley-Harris y para él, lo advirtieron al internarlo en el Hospital Salvador, no habrá respirador si lo requiere.

Nuestro Rodrigo sufre Alzheimer, entre otras pre existencias. Le toca enfrentar solo al virus que por estos días tiraniza al mundo. Y a nosotros, esperar que ocurra lo mejor para él.

El Santiago ominoso que hoy habitamos algo tiene de aquel que, a inicios de 1976, vio entrar por una pequeña puerta al costado de la catedral a Rodrigo, entonces treintañero periodista que -junto a otros de su generación- dio vida a la revista Solidaridad, nacida al alero de la Vicaría del mismo
nombre, en el seno de la Iglesia Católica que lideró el cardenal Raúl Silva Henriquez.

Como una rara industria, el tecleo incesante de viejas máquinas de escribir convertía en historias y testimonios aquellos días que olían a miedo. Así acumuló Solidaridad 300 ediciones, que circularon entre mayo de 1976 y mayo de 1990 por canales de iglesia a lo largo de Chile.

Caminando hacia atrás en mis recuerdos, aparece una Plaza de Armas más provinciana que la actual y veo cruzar por ella, apurados rumbo a la pequeña puerta al costado de la librería Manantial, a los periodistas Pablo Portales, Marianela Ventura, Augusto Góngora, Graciela Ortega, Arturo Navarro o Elia Parra. Eran mis días de estudiante y ellos, los referentes que admiraba. La memoria es siempre injusta y, de hecho, ¿Para cuántos hoy evoca algo el nombre revista Solidaridad? Apenas para quienes nos encontrábamos allí con una parte vedada del Chile que instaló septiembre de 1973.

Cada ejemplar nos decía que tras la derrota y el castigo implacable a los vencidos, tras lo innombrado y oculto, había otro país. Y nos invitaba a conocerlo valiente, sabio, ético, generoso y fraterno, a imagen de una iglesia que entonces no abandonaba a su pueblo.

El niño de Ñuñoa

Rodrigo y su vozarrón. Rodrigo, su ironía permanente, las carcajadas y los pasos fuertes que se hacían sentir allí donde llegara. En los días del caminar sigiloso, la mirada baja y la tristeza cotidiana, recuerdo a ese señor que pasaba de una seriedad casi apabullante a observaciones agudas y cómicas, seguidas por la risa enorme que lo acompaña hasta hoy.

Raro tiempo el que nos tocó compartir, en esta no menos rara cornisa del planeta. En 1945 apareció Arteagabeitia en brazos de uno de los locutores y guionistas radiales más exitosos de su tiempo, creador de radioteatros como “La Tercera Oreja” o “El gran teatro de la historia”: Hugo de Arteagabeitia. De él heredó Rodrigo la bien templada y hermosa voz y, probablemente, cierta arrogancia común en quienes se saben talentosos.

Conversando con el periodista Eugenio Llona, uno de sus amigos de la vida, aparece tras la imagen del hombre pleno de certezas que conocí, la historia de un niño frágil y enfermizo, que aproximadamente a los 10 años viajó con su padre a Estados Unidos, para reemplazar sus válvulas
cardiacas, afectadas por una mal formación congénita.

-Eran los ’50 –recuerda Llona- y la operación era jugar al doble o nada. Rodrigo ganó la apuesta, pero desde entonces y toda su vida ha sido esclavo de medicamentos y malestares.

Eugenio recuerda a su madre, como en una foto de época, en el living de la casa de Nuñoa, siempre fumando con una larga boquilla. Y a la hermana que fue compañera de infancia del niño que no jugaba a la pelota ni corría con los amigos del barrio.

El tiempo urgente

Llegaron los ’60, la adolescencia y luego la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, la política, los amores y la televisión.

-Todo era vertiginoso en un mundo que no paraba de cambiar –recuerda Eugenio Llona- Cuba y Fidel, la marcha de la Patria Joven llegando a Santiago, la DC, Frei y la Revolución en Libertad, la reforma universitaria en Chile en 1967, mayo del ’68 en Paris y en 1969 nos tomamos la Chile. La
televisión pública era una meta del país. Nació TVN, al alero del Estado, en el gobierno de Eduardo Frei.

Con la política llegó la pasión a la vida de Rodrigo. Militó en la DC y emigró al MAPU. Partió profesionalmente en TVN y de ahí lo echaron más de una vez, por cosas tales como poner en pantalla una imagen del Che Guevara y mantenerla al aire 3 o 4 minutos. Lo recontrataban por talentoso. Lo mantenían “cortito”, por incontrolable.

Llegó la UP y la vida de los jóvenes de su generación se volvió un torbellino. Cambiarían el mundo y todo es urgente con una meta tan clara. Rara mezcla de militante marxista y cristiano comprometido con su fe, cuando llegó el golpe de Estado Rodrigo no aceptó ni discutir la posibilidad del exilio.

En 1978, mientras su compañera de entonces, Antonia Cepeda, permanecía en huelga de hambre por su padre desaparecido. Rodrigo le escribió:

“Hoy se celebran múltiples actos litúrgicos en adhesión a ustedes, en muchas iglesias de Santiago y los ayunos se multiplican en las comunidades cristianas y las organizaciones solidarias. (…) Firme amor que estamos afirmando la vida con tus manos y tu risa, no te dobles que se dobla la vida y hay que ayudarla para que crezca alta y derecha hacia el sol, mantente bien, no falta mucho”.

En una entrevista a bordadoras de arpilleras publicada en los ’80, una de las bordadoras trabajaba con su aguja la imagen de una ronda infantil y Rodrigo, según cuenta su texto, le preguntó:
-“¿Por qué los niños bailan en esa ronda?
Sin levantar la vista, la mujer contestó:
-Porque los niños no saben lo que ocurre”.

La fotógrafa Helen Huges,  parte del equipo de la
revista:
-“…soy super mala para recordar los nombres de la gente. Tengo este problema desde los años en la Vicaria. (…)Lo que no sabes no puedes delatarlo, así que me dedique a olvidar nombres en lugar de aprenderlos”. Y cuenta que, por la misma razón, los periodistas no firmaban sus crónicas.

En 1990, siendo Rodrigo director de Solidaridad, la iglesia ya sin el cardenal Silva Henríquez a la cabeza, cerró la revista. Partía la transición. La pequeña puerta al costado de la catedral comenzaba a cerrarse.

En alerta de esperanza

Uno a uno fuimos llegando al wasap que nos informa de la salud de Rodrigo desde que el Alzheimer empezó a robarle la vida. Lo creó Susana Kuncar, ex esposa y madre de Josua, su único hijo, hoy amiga incondicional y valiente compañera en estos días de naufragio.

Como la aguja de la arpillerista que entrevistó hace tanto, la vida de este medio vasco medio inglés fue enhebrando nuestras historias, que algunas veces cruzó como maestro, otras como adversario, líder, jefe, amado o amante, amigo incondicional, compañero de tantos y tantas que hoy esperamos, recordamos, escribimos y nos contamos sus anécdotas, reconfortándonos unos a otros, unidos en esta alerta de esperanza por amor a Rodrigo.

Fuente: https://cambio21.cl/tendencias/por-amor-a-rodrigo-por-rebeca-araya-b-periodista-5edbc435aa2d74373d759967?

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