Por Abraham Santibáñez M.

Como muchas palabras en castellano, “ofuscación” no figura oficialmente en el diccionario, pero tiene existencia real. Por algo el diputado de RN René Manuel García la usó al tratar de explicar su día de furia en el Congreso. Es “el estado de la persona que sufre una pérdida pasajera del entendimiento y de la capacidad de razonar o de darse cuenta con claridad de las cosas”.

Puede ser, pero no justifica la agresión verbal a dos colegas de la Cámara y física a un periodista acreditado. Tampoco es justificable su grave desconocimiento de la función del periodismo.

El incidente en la Cámara se cruzó con el retiro de la postulación de la ministra Dobra Lusic a la Corte Suprema. Sufrió una parecida “ofuscación” cuando pidió “controlar” la prensa, olvidando la legislación que ya existe.

Estas acciones y declaraciones ponen de manifiesto su menosprecio del papel del periodismo y los medios en una sociedad democrática.

Cuando Edmund Burke habló del Cuarto Poder en Inglaterra en el siglo XVIII, fue porque se le reconocía al periodismo el papel de custodio de las instituciones democráticas. Por eso la permanente defensa de la libertad de expresión compartida por todos los sectores democráticos. En Chile lo planteó Camilo Henríquez desde el primer número de la Aurora.

El periodista español Antonio Caño lo resumió acertadamente en El País, hace un par de años:
“El periodismo es imprescindible para la convivencia en una sociedad libre, para el equilibrio de poder necesario en una democracia. Sin el periodismo desaparecería la crítica ordenada, y sin la crítica caeríamos en el imperio de la arbitrariedad y el miedo”.

No basta con que los periodistas defendamos esta visión. Es un credo que debe ser compartido por todos quienes creemos en la democracia

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