En Ciudad de México la repetición de una imagen en distintos puntos de esta gran ciudad, me golpeó como un escupitajo en la cara, en la respiración, en el pecho. Niños en las calles, trabajando, y en las peores condiciones. La última de estas escenas, cinco hermanas (la mayor con no más de 6 años de edad), aparcando autos junto al Mercado de Coayacán. Su madre, en un puesto de artesanías callejero, despreocupada mientras una de sus hijas (3 años) jugaba partiendo el pan con unas tijeras en el suelo. Veo cómo otra de las niñas (4 años) trata de tomar en brazos a la bebé, quién a pesar de hacer un esfuerzo sobre humano por sostenerla, se le termina cayendo de golpe al suelo.

Me paralicé. Quería irme, correr. Olvidar por un momento que este tipo de vulneraciones a los derechos de la infancia ocurren y son normalizados en el mundo entero. Países, como Haití y el horror de los niños esclavos, los llamados Restaveks.

Minuto a minuto, seres inocentes que no son capaces de protegerse solos están a puerta cerrada siendo obligados a trabajar, violados, maltratados, asesinados. Nos asombramos mirando para al lado, pero ¿cómo andamos por casa?

Hoy. Un anteproyecto del Gobierno busca hacer modificaciones al Código Penal, poniendo especial énfasis en los delitos de carácter sexual, donde se muestra el nivel que tenemos en temáticas de protección a nuestros menores. La aberración de pensar que una niña o niño de 12 años puede dar algún tipo de consentimiento en materia sexual.

Hasta hace poco y ya un poco pasado: la violencia en La Araucanía. Ciudadanas y ciudadanos marcharon en protesta por el asesinato del comunero mapuche Camilo Catrillanca. Se viralizan videos con acciones de protesta al son de Violeta Parra con “Arauco tiene una pena”.

Las brigadas de manifestantes en las calles, los ciberactivistas y todos los movimientos sociales son un mecanismo de presión efectivo, una muestra del poder de los votantes para zamarrear el tablero de quienes deciden qué se legisla y prioriza en el parlamento.

Pero estos políticos y personajes en cargos de autoridad gubernamental, saben que así como estos movimientos sociales son capaces de adherir gran cantidad de simpatizantes llenando  la Alameda y Plaza Italia, también tienen memoria a corto plazo. Dan vuelta la página luego de su post revolucionario y selfie en la marcha que poco sirve.

Es transversal a todos tener niños cerca: desde el Presidente Piñera, pasando por  la diputada Camila Vallejo hasta llegar a la señora Bernardita, dueña de casa. ¿Será que nos importa solo asegurar el bienestar de nuestros hijos y, así como me ocurrió con esas niñas Ciudad de México, hacer vista gorda y seguir de largo?

No. En una sociedad, si no se logra garantizar los derechos de la infancia con medidas que endurezcan condenas, mejoren centros de acogida, y protejan efectivamente a estos pequeños que no son nada menos que el futuro del mundo, estamos perdidas, perdidos.

Ahora al igual que hace años atrás con la explosión del caso “Sename”, el tema de los abusos a menores será moda, seguramente aparecerá un marco para perfil de Facebook.  Quizá otro evento sangriento en La Araucanía para que Violeta Parra sea la más escuchada en YouTube.

Que las movilizaciones sociales vuelvan a tener el poder de antaño depende del compromiso social real de todas y todos. Es la única forma de que el Ejecutivo y Legislativo hagan su trabajo ejerciendo como políticos: representantes de sus votantes. Incluidos los  derechos humanos de los que aún no tienen edad para votar pero sí para dar consentimiento sexual.

Por Paulina R. Lennon

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