Por Abraham Santibáñez M.

La increíble negativa de algunos sectores a aceptar la emigración como un derecho humano, ha desnudado una gran pobreza argumental. Más lamentable aún si el rechazo del ex presidente Frei Ruiz-Tagle del Pacto mundial por una Migración Segura, Ordenada y Regular se suma al del gobierno de Sebastián Piñera.

Chile ha acogido inmigrantes desde el comienzo de la república. Abrió las fronteras para reforzar nuestros niveles culturales y también para poblar una inhóspita parte de nuestro territorio. Las mantuvo abiertas para árabes (principalmente palestinos) y croatas que huían de la opresión. Las volvió a abrir después de los horrores de la II Guerra Mundial y siguieron abiertas hasta que, en esta década, se desataron las “redes sociales”.

Mensajes racistas y xenófobos han saturado computadores y celulares con verdades a medias y mentiras descaradas. Es como un viaje al mundo radicalizado de Donald Trump.

Lo peor, sin embargo, fue el brusco viraje del gobierno chileno frente al Pacto Migratorio. Fue una decisión intempestiva sin suficiente explicación. No lo es el patético argumento de que los plazos vencen el último día y no antes ¿Es necesario notar que no es lo mismo una deuda que un compromiso ético?

Tampoco es buen argumento aducir que Bolivia llevó a nuestro país a La Haya sobre la base de los “derechos expectaticios” supuestamente generado por quienes trataban de lograr acuerdos con La Paz. Lo que importa en este caso, pero no se dice, es que el tribunal rechazó de plano esta tesis.

En el debate se nos ha olvidado la tradición acogedora de los chilenos frente “al amigo cuando es forastero”. Se ignora la contribución de los inmigrantes en la ciencia, la salud, el derecho, el deporte, la literatura, las bellas artes.

Ninguno de estos aportes es menor. Así lo precisa la edición de este año de la revista “Anales” del Instituto de Chile. En 234 páginas y nueve artículos, se presenta el panorama actual del flujo inmigratorio y su contexto. Sobre la base de la “pluriculturalidad, la tolerancia y la justicia social”, escribe Luis Merino, presidente del Instituto de Chile, se plantea una serie de preguntas y desafíos. Van desde la contribución histórica de los inmigrantes a “la identidad del país”, hasta las tareas todavía pendientes (en salud, en educación, en la adecuación del ordenamiento jurídico) y el papel de los medios de comunicación en la incorporación de los inmigrantes al país sin que “pierdan sus lazos ancestrales”.

Los artículos, escritos por miembros de alto nivel de las seis academias del Instituto de Chile, confirman una idea central: el proceso inmigratorio es largo y complejo, nunca fácil. Para abordarlo, sostiene el director de “Anales”, el médico Fernando Lolas, hay que entender que se “trata de un fenómeno que merece desapasionada reflexión, educación de las personas, regulaciones jurídicas y económicas, prevención del tráfico o trata de personas y abuso laboral, entre otros, y que represente una posición de la sociedad en su conjunto. No será nunca de consenso absoluto, pero sus matices exigen permanente estudio”.

No es, precisamente, la muy poco afortunada forma de abordarlo que se ha desplegado en estos días en las redes sociales.

 

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