Por Paulina Lennon

Hace una semana ocurrió algo poderoso, inédito, histórico. En todo el país, 800 mil mujeres se unieron tras décadas de soledad, cobardías, silencio e injusticias. Sin importar colores, estratos socio económico ni posiciones ideológicas o políticas, había una sincronía de multitud al son de un solo propósito: nosotras.

Soledad. Tras muchas vidas de ser invisibilizadas por todo y por todos, esta caminata de cuatro kilómetros con sus cánticos, gritos, rimas, bailes y performance tenían completo sentido y aceptación. Aquí nadie daba la espalda. No había burlas, desprecios, violencia, aprovechamiento. Las miradas de abuelas, madres, profesionales, jóvenes y niñas tenían un encuentro de paz.

Comenzó en Plaza Italia, donde muchas comenten el error de darlo como “punto de encuentro”. El caminar era con paso de hormiga. Nadie se hizo problema, sin empujones, ni peleas: la violencia no forma parte de nuestro ADN. Esto dio la oportunidad de mirarse ampliamente. Vi mujeres ABC1, temerosas frente al desconocimiento de lo que realmente ocurre en una marcha, instruidas solo por los medios de comunicación (seguramente MEGA). Con sus hijas, pancartas y flores en la cabeza tipo Lollapalooza. Recordemos que las primeras feministas en Chile fueron mujeres de elite.

Valientes. Los gritos se repetían en las que venían más organizadas, en sus grupos con ideas más específicas. “Alerta, alerta, alerta machista… que todo el territorio se vuelva feminista”. A diferencia de las redes sociales, donde todos opinan y pocas tienen ovarios para hacer algo más que esconderse tras el “post”, cada uno de estos grupos (lesbianas, madres, hijas, mapuche, pro aborto, cristianas, periodistas feministas, etc) marcharon codo a codo con lienzos manifestando sus ideas pero respetando a la de al lado: sin querer convencerla o agredirla.

Ya en la parte “caminable”, fuimos miles y fuimos una. La famosa “ambulancia” se abrió paso por la sororidad, por nuestra esencia. Nos aplaudíamos entre nosotras, al ver la originalidad de cada performance, cartel, cuerpo pintado y niña marchante. Bailamos, saltamos, nos abrazamos, gritamos, fotografiamos, lloramos y reímos. Estábamos ahí. Las palabras, de más.

Injusticia. Según el último Censo 2017, somos más. Respetémonos. No nos digamos “feminazi”. Hay generaciones que perdieron la vida porque su sacerdote confesor les dijo que, a pesar de ser goleadas y pateadas en el piso, no podrían disolver un matrimonio católico. Ellas ahora o fueron asesinadas o, pasan los últimos años de sus vidas con el alma muerta. Aún hay otras a las que se les sigue diciendo “eres la catedral, las otras son capillas”. Si eres “capilla”, ya sabes qué hacer.

Hace dos décadas, solo por destacar en espacios establecidos como masculinos, era común ser denostada con términos peyorativos; “la macho”, “la fiera”, “tres cocos” y muchos más. Denunciar un abuso, incluso a las autoridades pertinentes no era tomado en serio. Que una niña, solo por ser mujer tuviera que “atender y servir” a otro niño y aprender solo labores domésticas en vez de vivir su infancia, era completamente aceptado. Esto sigue ocurriendo pero hoy en día estamos más informadas, sabemos nuestros derechos.  

El lenguaje, las acciones y sociedades están con la puerta media abierta para avanzar. Más allá de estar de acuerdo con todo, hay que reconocer que verse representadas en otras nos ha cambiado la perspectiva de lo que puede ser posible y qué no. Si más del 50% de la población (nosotras) estamos de acuerdo, nada nos podrá detener.

Fotografía: Ximena Melo Pavón.

Ir al contenido