Por Abraham Santibáñez M

¿Servirá el cambio de gabinete para mejorar la popularidad del Presidente Piñera? Se supone que es lo que espera el propio jefe de Estado y sus más cercanos. Pero es una opinión que no comparten mayoritariamente opositores ni partidarios a juzgar por las informaciones y comentarios del fin de semana.

Diversas encuestas, ninguna de las cuales puede ser calificada como obra de opositores, han mostrado una caída creciente en la popularidad del Jefe de Estado. La muestra del Centro de Estudios Públicos, la semana pasada, reflejó un nuevo retroceso, esta vez de 12 puntos tanto para la figura del Presidente como para la percepción de su gobierno. En la medición, solamente un 25 por ciento de los encuestados aseguró que aprueba la manera en que el Presidente conduce el gobierno, al tiempo en que la desaprobación subió de 39 por ciento a 50 por ciento.

Hay muchas explicaciones para lo que ocurre con este gobierno, el segundo de Sebastián Piñera. Creo, sin embargo, que se ha hablado poco del efecto de la incursión de los hombres de negocios en la política, en especial cuando llegan a los cargos máximos.

El ejemplo de Mauricio Macri, que enfrenta graves dificultades para lograr su eventual reelección en Argentina, es decidor. Y en Estados Unidos, pese a que Donald Trump parece más sólido, su gobierno no despierta admiración en grandes sectores. En el resto del mundo hay muchos que temen una catástrofe generalizada a causa de su confrontacional estilo.

Uno de los que ha reflexionado sobre el tema es el uruguayo-estadounidente Jorge Majfud. En un comentario de hace un par de años publicado en Página 12, dejó constancia de que “la simple idea de que ser un exitoso hombre de negocios es un mérito, pero no hace a nadie un buen gobernante, ya que un país no es una empresa”.

En rigor, los chilenos hemos sabido siempre esta verdad, pero en el pasado, cuando éramos un país mucho más pobre, menos informado y por tanto con menos participación, era aceptable que el estilo empresarial manejara el país. Que el argumento, reiterado de manera subrepticia en nuestros días, de que “el chorreo” de las empresas es lo mejor para el país, podía esgrimirse sin reservas. Pero, desde la Revolución en Libertad de Frei Montalva y el gobierno de la Unidad Popular, la situación ha cambiado radicalmente. No es poca la responsabilidad de la revolución de la información. En el último tiempo, numerosos personeros han debido retractarse por sus torpezas comunicacionales. Ejemplos no faltan. En Piñera 1, Ximena Ossandón tuvo que renunciar después de afirmar que su sueldo era “reguleque”. Hace menos de dos meses, el presidente de la Asociación de Isapres. Rafael Caviedes, perdió el cargo por decir -con gran sinceridad, hay que reconocerlo- que el sistema “no puede darse el lujo de recibir gente enferma”. Y hay otras demostraciones de graves faltas de sensibilidad: un ministro se ufanó de que no leía novelas porque no quería perder tiempo: aunque “le dio lata”, perdió el puesto en el gobierno; las quejas de quienes son tramitados largamente por la Compin no tienen buenas respuestas y en el Instituto Nacional, pese a la conmoción, las autoridades -al parecer insensibles- no aciertan con una solución real que no pase por la fuerza y la represión.

Un capítulo aparte lo constituye, por cierto, la reacción del propio presidente que tardó en captar el impacto en la opinión pública del viaje de sus hijos a China, o las bromas y alusiones machistas con que matizó sus intervenciones públicas por largo tiempo.

La generalizada falta de sensibilidad la ilustró malamente el fugaz obispo auxiliar de Santiago que argumentó que en la última cena no había mujeres. Alguien, con más sentido de la importancia de la reacción de las audiencias, le aceptó la renuncia.

Nuestra conclusión es que, en la vida pública, nadie puede darse el lujo de ser insensible. Por largo tiempo, muchos empresarios no tuvieron problemas al respecto. Pero ahora las cosas están cambiando radicalmente. 

El ya citado Jorge Mafjud, lo dijo crudamente:

Un hombre de negocios puede ser un gran estadista, como puede serlo un sindicalista, un militar o un profesor. Pero ninguno de ellos sería un buen estadista, ni siquiera un buen presidente, si creyera que aplicar sus exitosos métodos sindicales, militares o pedagógicos sería la clave para gobernar un país. Eso es miopía y tarde o temprano la realidad nos pasa por encima cuando la ignoramos a fuerza de narraciones autocomplacientes”.

En otras palabras: tarde o temprano, la insensibilidad termina pasándoles la cuenta, primero en las encuestas y luego en las votaciones.

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