Por Abraham Santibáñez M.
Nancy Pelosi tiene plena claridad acerca de la importancia de su cargo. Fue elegida a comienzos de enero como presidenta (“Speaker”) de la Cámara de Representantes del Congreso de Estados Unidos. Si el Presidente Donald Trump se viera obligado a dejar el cargo, por razones de salud o políticas (de nuevo se habla de un eventual “impeachment”), su sucesor sería el Vicepresidente Mike Pence, también republicano. La siguiente en la línea de sucesión, Nancy Patricia D’Alesandro Pelosi, no es de la familia gobernante. Militante demócrata, representa al distrito de San Francisco (California), y le correspondería asumir si el Vicepresidente no puede hacerlo.

Es poco probable que Pelosi llegue por esta vía a la Casa Blanca. Pero está cómoda en esta privilegiada posición. Hace unos días, cuando Trump finalmente pudo entregar su mensaje anual a la nación -postergado por el cierre del gobierno por falta de fondos-, fue Nancy Pelosi quien lo recibió como dueña de casa.

Pese a la formalidad del encuentro, se ha destacado que, a la hora de los aplausos, Pelosi estrenó un saludo que ha sido considerado “burlón” y, por lo menos, exagerado, casi al borde del insulto. Tampoco le gustó a Trump, la presencia de numerosas representantes vestidas de blanco en homenaje a las sufragistas y defensoras de los derechos de la mujer.

En cambio, desde la variada “bancada” de invitados personales de Trump, no hubo nada ofensivo salvo quienes no resistieron despiertos la hora 22 minutos y 21 segundos de oratoria. El más conspicuo, no el único, fue un niño que se vio perfectamente en la TV porque estaba en primera fila. Joshua Trump, de solo once años de edad, fue invitado porque con 11 años ha sufrido un fuerte bulliyng en su escuela en Delaware a causa de su apellido.

Es probable que estas imágenes sean las que más recuerde el público norteamericano del mensaje presidencial. Es lo habitual en tiempos de redes sociales, memes electrónicos y comentarios que se difunden universalmente en segundos.

Según un comentario de The New York Times, fueron dos discursos en uno.

Por un lado, como cabía esperar, habló el Trump agresivo de siempre. Pero, por otro, emergió un estadista (o casi) de mirada serena hacia el futuro. En los días previos, los funcionarios de la Casa Blanca aseguraban reiteradamente a la prensa que las palabras serían “inclusivas”, “inspiradoras” y “de unidad”. Pero empleó poco esos términos.

Como era de temer, su tono más duro lo usó para insistir en la necesidad de que el Congreso autorice el gasto para la construcción del muro con México. En caso contrario, amenazó, se volvería a producir el cierre del gobierno.

Esta confusa oratoria no esconde el hecho de que ahora Trump enfrentan su período más complejo. Sin mayoría en la Cámara de Representantes, con un grupo de senadores republicanos que lo critica abiertamente, aislado crecientemente, goza sin embargo, de un importante apoyo popular. Irá a Vietnam para encontrarse nuevamente con el líder nor-coreano Kim Jong Un. Conforme su sesgada visión, está convencido de que evitó una guerra, lo que no se ha demostrado fehacientemente. La guerra comercial con China no ha concluido y por lo mismo, se pone en duda su afirmación de que la economía “nunca estuvo mejor”.

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