Hernán Vidal, Hervi, ha sido distinguido en España con el Premio Iberoamericano de Humor Gráfico Quevedos (así en plural).

Me confieso culpable de conocerlo (y admirarlo) hace más de medio siglo.
Juntos trabajamos en La Voz, periódico del arzobispado de Santiago, en los años 60 del siglo pasado.

Desde esos lejanos comienzos he tenido el privilegio de seguir de cerca su carrera, con personajes ingenuos e ingeniosos (Malaquías, un angelito fue el primero), hasta culminar en la actualidad en La Tercera como un observador crítico de nuestra realidad, especialmente la política.

Según la información entregada por el Ministerio de Cultura de España, Hervi fue galardonado con este premio que “busca distinguir la trayectoria profesional de aquellos humoristas gráficos de la comunidad iberoamericana cuya obra haya tenido una especial significación social y artística, contribuyendo de este modo a la difusión y reconocimiento de este campo de la cultura”.

Creo que la principal “significación social y artística” de la vasta obra de Hernán Vidal es la que, en los años más duros de la dictadura, hizo semanalmente en la revista Hoy. Somos muchos los que recordamos con afecto y gratitud su punzante mirada, en tiempos en que a los chilenos nos costaba esbozar siquiera una sonrisa.

En todo este tiempo, lo he visto madurar, disfrutar plenamente de la libertad de expresión y hacer más dura su crítica política. Pero me alegra dejar constancia de que nunca ha perdido su limpia mirada, la misma que se refleja en sus acuarelas de línea clara. Hervi es un fenómeno fuera de lugar en estos tiempos de humor fácil, ese que apela sin descanso a la grosería y al doble sentido. Pero no es un ingenuo, como lo demostraron sus ilustraciones en tiempos de restricción y censura. Al mirarlas de nuevo en “Chao, no más”, uno de sus numerosos libros, renuevo la certeza de que contribuyeron a alimentar el celo y el recelo con que nos trataron los censores aliados con los fiscales militares durante la dictadura. Nunca, claro, lo reconocieron.

No podría ser de otro modo si se piensa en la saga de la torre del poder, que aparece como telón de fondo en los dibujos a página entera en la revista Hoy. Los realizó a partir de 1983, el año de las primeras protestas nacionales. Como subdirector y director posteriormente del semanario, tuve delante de mis ojos todas las ilustraciones de esta serie. Ahora, al verlas reunidas en este libro, pude apreciar como nunca antes su impacto.

La torre, de vago parecido con el edificio Diego Portales, formaba parte obligada del escenario urbano. Pero era más que eso. Allí se impartían órdenes y se sufrían reveses. En algún momento, en 1985, el que parecía un sólido edificio, empezó a mostrar daños estructurales cada vez mayores. Fue necesario apuntalarlo y resistió…. hasta el triunfo del No, cuando quedó reducido a escombros.

El 10 de octubre de 1988, Hoy publicó uno de los frutos más notables del pincel de Hervi: la imagen de los restos de la torre, aplastados por un gigantesco NO, mientras sobre la ciudad brillaba un arcoiris esplendoroso. Desde ese momento, los diálogos se mostrarían a ras de tierra o, incluso, más abajo.
Haber sido cómplice de Hernán Vidal, alias Hervi, ha sido un honor y un privilegio.

Por Abraham Santibáñez

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