Por Abraham Santibáñez M.
En medio de una catarata de epítetos de todos los sectores, el canciller chileno, Roberto Ampuero, describió con precisión el estado de cosas en Venezuela. Se trata, dijo, de “una situación inédita”.

Así es, efectivamente. No hay precedentes, en el mundo entero, de que simultáneamente dos presidentes proclamen su legitimidad a poca distancia uno de otro. (No se parece, por ejemplo, a lo que pasó en la Guerra Civil española. Esos eran dos poderes paralelos, pero que estaban sangrientamente enfrentados) En Caracas, hay, además, dos parlamentos y dos poderes judiciales (incluyendo uno en el exilio). Tampoco tiene precedentes que un bando tenga el apoyo explícito de las fuerzas armadas mientras que el otro carece de toda capacidad de fuego.

No hay duda de que se trata de una situación inédita.
Y ello, lógicamente, obliga a buscar positivas soluciones que eviten un baño de sangre. En este sentido, la mejor posibilidad de todas es siempre la mediación, ya sea de una personalidad mundial, un país neutral o una organización internacional. La rapidez con que se alinearon las fuerzas luego de que Juan Guaidó jurara ante una multitud que iba a asumir el poder, hace también más complicado la búsqueda de un mediador.

No ayudó el vertiginoso reconocimiento de Donald Trump, sospechoso de haber alentado una movida internacional, según planteó la Associated Press. Igualmente fue inédita la velocidad con la cual reaccionaron los países del Grupo de Lima, incluyendo Chile. Lo lamentable, en nuestro caso, es que este reconocimiento nos aleja de cualquier posibilidad de intervenir como negociador.

Nunca antes nuestro continente se vio frente a un gobierno que habiendo inicialmente triunfado en las urnas, más tarde perdió toda legitimidad: usurpó los restantes poderes democráticos del Estado y terminó derivando en una dictadura personalista. Lo peor es su rotundo fracaso económico. No hay precedentes de un país cuyo gobierno sobreviva mucho tiempo con un desabastecimiento brutal y una inflación proyectada mucho más allá del millón por ciento anual.

La mejor ayuda que Chile podía hacer a la causa democrática habría sido ofrecerse para mediar entre los bandos en pugna. Ahora, por lo que parece, la mejor posibilidad sería una mediación del Vaticano.
El personaje clave es, en ese caso, el actual Secretario de Estado del Papa Francisco, el cardenal Pietro Parolin. El Papa Benedicto XVI lo nombró Nuncio en Caracas en agosto de 2009. Estuvo en Venezuela hasta agosto de 2013 cuando fue designado Secretario de Estado.
Podría ser la salida para esta insólita y muy compleja situación.

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