Su versatilidad e histrionismo la convirtieron en una de las actrices más importantes del siglo XX. Sin estudios formales, sino que por “una coincidencia” como ella misma dijera, llegó a las tablas, donde debutó con solo 19 años, iniciando una larga y reconocida carrera en el cine, teatro y televisión.

En 1965 recibió el Premio Nacional de Artes y se ganó el corazón de las y los chilenos con su papel de Desideria, junto con participar en una veintena de telenovelas entre los años ’80 y ‘90.

Finalmente, en 2008, y aquejada por un largo Alzheimer, falleció en su departamento ubicado en calle Miraflores, poniendo fin a más de seis décadas de amor por la actuación.

Se levanta el telón y comienza la fantasía.

¿Quiere flores, señorita,
quiere flores el señor?
Tengo rosas muy bonitas
para cualquier ocasión.
Las hay blancas como novias,
las hay rojas de pasión
y unas algo paliditas
cuando es puro el corazón.

El 9 de abril de 1960, luego de meses de ensayo y preparación el elenco del Teatro Ensayo de la Universidad Católica (UC) exhibe por primera vez en la sala Camilo Henríquez La Pérgola de las Flores, considerada por muchos la obra teatral y musical más importante de Chile.

En el escenario destaca ella, Ana González, la Rosaura, de vestimenta sencilla, quien canta el verso, se lleva las manos a su propio pecho en reconocimiento de aquel corazón mencionado.

Un elenco de primera línea que marcó los iniciales hitos del teatro musical chileno, abrió puertas e introdujo tendencias que mantienen su relevancia hasta hoy. Esa Carmela, interpretada por Carmen Barros; la villanesca visión de Silvia Piñeiro en la piel de Laurita; y por supuesto, la Rosaura, Ana González mostrando, una vez más, sus dotes para la comedia.

Estaba a solo un mes de cumplir los 45 años cuando tomó el papel de la madrina de la Carmela. Ana González brillaba en vestido humilde, en su protesta contra la demolición de la pérgola.

Ana González como Rosaura San Martín en La Pérgola de las flores, de Isidora Aguirre y Francisco Flores del Campo. Teatro de Ensayo de la Universidad Católica en Sala Camilo Henríquez (1960). Autor de la fotografía: René Combeau. Fuente: Teatro UC En Programa de Investigación y Archivos de la Escena Teatral UC.

Es solo uno de los grandes personajes que interpretó la actriz, galardonada con el Premio Nacional de Arte de Chile en 1969 –la primera mujer en recibirlo en la categoría de Teatro–, quien falleció un 21 de febrero de 2008.

La gran artista, autodidacta, protagonizó mil piezas teatrales desde su debut hasta su retiro en los ‘90. De éstas, 23 son las que realizó para el Teatro Ensayo de la UC. Es, ante los especialistas y los seguidores del arte en Chile, la actriz más importante del país.

Dentro de las obras relevantes en las que participó están: ¡Esta señorita Trini! (1958), el primer musical chileno de Luis Alberto Heiremans; El avaro (1961), El tiempo y los Conway (1952) El diálogo de las carmelitas (1959), El burgués gentilhombre (1975), María Estuardo (1981), Viejas (1996), entre otras.

El tiempo y los Conway, de John B. Priestley, Teatro de Ensayo de la Universidad Católica en Sala Camilo Henríquez (1952). Autor de la fotografía: René Combeau. Fuente: René Combeau. En Programa de Investigación y Archivos de la Escena Teatral UC.

El teatro que acogió por primera vez a La Pérgola de las Flores es también una historia en sí misma. En junio de 1956 el Teatro de Ensayo de la UC firmó la alianza para utilizar la infraestructura ubicada en Amunátegui 31, perteneciente al Círculo de Periodistas –institución fundada en 1907– logrando su propia sala, la Camilo Henríquez, que por más de 20 años fue el escenario de algunas de las más grandes obras del teatro chileno durante el siglo XX.

La pérgola de las flores, de Isidora Aguirre y Francisco Flores del Campo. Compañía: Teatro de Ensayo de la Universidad Católica en Sala Camilo Henríquez (1960). Elenco completo. Autor de la fotografía: René Combeau. Fuente: Teatro UC En Programa de Investigación y Archivos de la Escena Teatral UC.

Por amor al arte

Retrato de Ana González. Libro “Chile Actúa. Teatro Chileno. Tiempos de gloria (1949-1969). Desde la fotografía de Rene Combeau. Proyecto Realizado por el programa de investigación y archivos de la escena nacional teatral UC”.
Autor de la fotografía: Alejandro Bustos M.

Como su personalidad, su carrera y su vida, la artista vino al mundo a lo grande, incluso en su nombre. Ana María Luisa Delicias Villela Francisca de Asís González Olea nació en Peñalolén el 4 de mayo de 1915.

Hija de Ana Olea, una modesta costurera de quien dicen heredó un carácter fuerte, y de Manuel González Ossa, un burgués que, sin ser su padre biológico, le dio su apellido. Creció en la calle San Diego, en el corazón de Santiago.

Sin estudios formales, sin pasar por la academia, Ana González se encontró con el teatro por una de esas casualidades que pueden rodear la vida de una persona, cuando la invitaron a participar de una comedia de obreros.

Como más tarde contaría, lo único claro para ella era que debía encontrar una actividad que le permitiera obtener ingresos para ayudar a su familia. Así fue como se enteró de la posibilidad de ser parte de cursos y talleres de teatro, lo que se convertiría en la vocación de su vida.

“A los 19 tuve el papel principal de En casa del herrero, cuchillo de palo, de Gustavo Campaña. Actué para el pobre, por amor al arte. Gustó mi actuación y me llamaron de la Dirección Superior del Teatro Nacional para formar un grupo que se presentaba ante los sindicatos de trabajadores, después de una charla gobiernista que nunca escuché”, comentó la actriz en una entrevista con El Mercurio en mayo de 1995.

Junto a su marido, el publicista José Estefanía, en 1944 asistió por primera vez, como espectadora, a una obra universitaria montada por el Teatro de Ensayo de la Universidad Católica.

Dos años más tarde sería parte de las filas de actores de la compañía, donde exploró ese talento que la hizo trascender por todos los géneros escénicos y desarrollar una amplia carrera en las tablas, que la convirtieron en una de las actrices más completas y queridas por el público.

El fallecido director Pedro Mortheiru, recordaba en El Mercurio en 2008 –cuando la actriz murió– el momento en que Ana aceptó unirse a la compañía: “Me dijo que le encantaría y se puso a llorar. Yo creo que le dio un poco de miedo. Iba a renunciar a todo su mundo anterior”.

El Camilo Henríquez y una generación emblemática

El diálogo de las carmelitas, de Georges Bernanos, Teatro de Ensayo de la Universidad Católica en Sala Camilo Henríquez (1959). Justo Ugarte, Eva Knobel y Ana González en un momento de la obra. Autor de la fotografía: René Combeau. Fuente: René Combeau. En Programa de Investigación y Archivos de la Escena Teatral UC.

Fue en 1956, a sus 41 años, que vio cómo la compañía lograba tener una sala propia: El Teatro Camilo Henríquez, espacio que permitiría a grandes actrices y actores, mostrar su talento.

Gracias a este paso, el repertorio pudo abordar la comedia musical, el realismo costumbrista y poético. En ese período de la carrera de la artista, que se extendió entre 1947 y 1963, trabajó en veinte obras junto a Silvia Piñeiro, Jaime Celedón, Mario Montilles, Alejandro Jodorowski, Héctor Noguera, Delfina Guzmán y Nelly Meruane.

El Teatro Camilo Henríquez fue testigo del nacimiento de una de las generaciones más emblemáticas del teatro nacional chileno.

Ramón Nuñez, Premio Nacional de Arte de 2009, recuerda a su colega:
“A los quince, boquiabierto, la vi actuando en la casa del Teatro de Ensayo UC. Era nada menos que la primera comedia musical chilena: Esta señorita Trini de Heiremans. Anita cantaba como un ruiseñor con una gracia y un señorío impresionantes. Más tarde fue el Diálogo de las carmelitas. Aquí su transformación era total. Ni un gesto de la Desideria ni un ademán, era otra mujer, la dura e inflexible priora del convento. ¡Esta sí que es una actriz!, recuerdo haber pensado”.

Versos de ciego, de Luis Alberto Heiremans. Teatro de Ensayo de la Universidad Católica de Chile en Sala Camilo Henríquez (1961). Ana González y Mario Montilles en un momento de la obra. Autor de la fotografía: René Combeau. En Programa de Investigación y Archivos de la Escena Teatral UC.

“Soy Desideria Pérez Retamales Cabeza Machuca, para servirles”

La actriz se ganó el corazón de las y los chilenos, desde mediados de la década del 40 cuando creó el personaje la Desideria.
Foto:  www.memoriachilena.gob.cl, autor desconocido.

La Desideria, una humilde y deslenguada asesora del hogar que luchaba –a través de la comedia y la ironía– por los derechos laborales de esas mujeres que no tenían horarios ni pago de imposiciones.

Se ganó el corazón de las y los chilenos, desde mediados de la década del 40 cuando creó el personaje, que se hizo conocido primero en radio, en programas como La Familia y Radiotanda de Radio Minería, para luego popularizar aún más a esta mujer de voz aguda y palabras directas, en televisión, donde continúo con apariciones en distintos programas hasta los años ‘90.

“En el momento que creé la Desideria, estaba pasando por una situación económica siniestra. Inconscientemente capté un momento histórico muy importante de Chile”, recordaría años más tarde Ana González, haciendo alusión a lo que sucedía con las empleadas domésticas.

“Lo que hace la Desideria es reclamar por sus derechos… Yo no he sido reclamona. Imagínese que me dieron el Premio Nacional de Arte en 1969, cuando se asignaba con todas las de la ley. Fui la primera mujer premiada… Con la Desideria compartimos algunos actos de valentía; ella siempre apechuga, nos tenemos mutuo respeto”, confesaba la actriz en entrevista con El Mercurio.

En Radiotanda de Radio Minería, Ana González popularizó a la Desideria.
Fotos: Publicidad revista Radiotanda y Caricatura La Desideria, autor desconocido, revista En Viaje, extraido del sitio www.memoriachilena.cl 

Con conductores tan emblemáticos como Raúl Matas, en Una vez más o Don Francisco, en Sábados Gigantes, la Desideria de Ana González, logró cautivar a los televidentes, que reían a carcajadas con cada “salida de protocolo” o con su lenguaje simple y certero. Es justamente, en este tiempo que un joven Daniel Muñoz, compartió por primera vez espacios con la artista.

“Su energía era avasalladora, su carácter, su compromiso social también, su claridad para debatir frente a lo que quería”, recuerda Muñoz.

“Fueron años de escuela con la Ana González, aprendiendo de su técnica, de su manejo del escenario, su manejo con las cámaras, el cómo decía el texto, su dicción. Si estás atento, uno va aprendiendo de todo esa experiencia y haciéndola suya. La posibilidad de trabajar con ella en televisión y teatro, esos años que estuve observándola y su amistad, definitivamente fue maravilloso”, relata el actor.

Se le viene a la mente una anécdota de la época en que estuvieron en La Pérgola de las Flores, obra para la que fue recomendado por la propia actriz. Antes de empezar una de las funciones, Ana ya avanzada en edad, se tropezó con fuerza y se cayó. “No aceptó ayuda en absoluto, echó un par de garabatos y de ahí entró y la Rosaura se tomó el escenario”, cuenta Muñoz.

Cine, radio, teatro y televisión. En todos los escenarios que la vida la hizo protagonista mostró su profesionalismo, rigurosidad, y carácter. Con ella no se improvisaba. Tenían que darle la entrada tal cual decía el guión, si no, hacía notar el error, porque se sabía no solo su parlamento, sino que el de sus compañeros y compañeras.
“Me consta que casi todo lo que llegaba en el texto, lo ajustaba, como aprendí a hacerlo yo, porque el sentido de humor que le entregaba al personaje era su sentido del humor. Conocía el juego humorístico de los personajes populares”, afirma Muñoz, quien añade que “en la radio tuvo su gran escuela de humor, con personas muy talentosas, construyendo situaciones humorísticas que le dieron una capacidad enorme de hacer humor, de manejar la pausa, de jugar con el público, de participar en estas situaciones de comedia”.

Empresaria teatral, protagonista de teleseries

Fue la primera mujer en conseguir el Premio Nacional de Arte en la categoría de Teatro, en 1965.

En el sitio Memoria Chilena es posible revivir su voz desde el camarín en el Teatro Municipal de Viña del Mar, cuando recibe la noticia del galardón:
“Este premio ha sido para mí –más que el valor en sí, que tiene el recibir un premio, satisfacer la vanidad del artista– el reconocimiento del público y de las autoridades pertinentes. (…) empecé a trabajar en el teatro indudablemente marcada por el destino porque no se justifica que yo entrará al teatro como lo hice en ese momento”.

En los años 70 consolidaría su rol como empresaria teatral con la compra, junto a Bélgica Castro, Alejandro Sieveking, Luz María Sotomayor, Luis Barahona y Dionisio Echeverría, en 1971, de la sala El Ángel y la creación de la compañía homónima.

“Nuestro sello, heredado del teatro experimental, era montar una obra chilena, una clásica –española, alemana, norteamericana, que perdurara– y una universal del momento. Mirar para atrás con respeto, pero también con una mirada más moderna. Queríamos hacer los montajes más espectaculares posibles”, contaba a La Segunda” Alejandro Sieveking.

En esa década también continuaría su incursión en la televisión, medio en que participó por primera vez en 1969.

Ahí se hizo conocida por una generación que hasta hoy la recuerda. Junto a su papel con la Desideria, participó en más de una veintena de teleseries. Una de ellas fue Marrón Glacé, el Regreso emitida por Canal 13 en 1996, poco tiempo antes de que decidiera alejarse, y refugiarse en su hogar.

El melodrama original giraba en torno a la historia de una viuda interpretada por Gloria Münchmeyer, con sus dos hijas, quienes reciben dada la muerte del padre, una millonaria herencia de origen desconocido.

Con su cabello blanco bien peinado, collar de perlas y hermosos trajes, interpretaba a una mujer ya mayor, en el papel de Ekaterina, y pudo compartir escena junto a otras destacadas actrices como Malú Gatica y Silvia Piñeiro.

Cae el telón

En 1997, firmó su testamento, legando todo a su público. Foto: GAM Exposición 100 años de Ana González.

Repentinamente comenzó a alejarse, a perder la realidad, afectada por una dura enfermedad que iría borrando su luz y vida. En enero de 1995, en plena función de Viejas, de Cristián Ortega, junto a su compañera Yoya Martínez, Ana González olvidó su parlamento en plena escena. Con todo, lo que pudo terminar mal, salió airoso por el dinamismo de la actriz al improvisar, sacando risas, aplausos y lágrimas del público.

Fue el comienzo del Alzheimer, que la apagaría poco a poco al igual que sus recuerdos. Tres años más tarde, sufrió un accidente, al querer bajarse de su cama, donde se quebró la cadera.

En 1997, firmó su testamento, legando todo a su público. “Les dejo todo. Es como una vuelta de mano. Es que yo soy muy querendona. Quiero mucho a mi gente. No tuve hijos y mi matrimonio me duró poco”, explicó a El Mercurio, además de hablar sobre la creación de la Fundación Ana González, con el objetivo de apoyar a la cultura.

También conversó acerca de su mortalidad: “El otro día vinieron unos invitados a almorzar y yo comí poco, sin ganas. Ya no tengo mucho apetito…Voy bajando de a poquitito las revoluciones… Dios dirá”, afirmó.

Sobre su funeral fue una visionaria pues adivinó que estaría repleto, “de eso estoy segura. Hay mucha gente que me estima y me recuerda. Ellos van a estar felices porque los hice reír… Sí. Me van a mandar muy acompañada para arriba, para el cielo”.

La arquitecta María Luz Sotomayor, Lute –su amiga, enfermera, secretaria y sobre todo su pareja con la que compartió hasta el último día– decidió por ese entonces que la actriz no iba a salir de su departamento. En 2008, falleció a los 92 años.

El Alzheimer la alejó del mundo que había conquistado. Su par, Carmen Barros, quien compartió tablas con ella en La Pérgola de las Flores como la Carmela y la recuerda como una mujer maravillosa, habla para este reportaje respecto a la enfermedad de Ana. “Tuvo un Alzheimer muy temprano. Qué cosa más dolorosa para una mujer como ella. Pero no lo pasaba mal porque estaba muy cuidada. Un día un gran amigo argentino que la quería quiso ir a ver a Ana; fuimos al departamento que tenía en el Parque Forestal con Miraflores, y estaba en cama, nos miró y nos sonrió, pero no tenía idea de quiénes éramos”.

Su legado

Una sala en el teatro UC fue bautizada con su nombre cuando se conmemoró el centenario de su natalicio. Fotos: Foto: César Cortés/PUC.

En 2015 la actriz habría llegado a los 100 años y su cumpleaños fue recordado entre homenajes. Una sala en el teatro UC lleva su nombre como también una beca universitaria para hijos de empleadas domésticas; y en el Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM) se realizó una exposición sobre su carrera.

El año pasado hubo un nuevo hito: se descubrieron valiosos documentos desconocidos de Ana González. Libretos, afiches, programas de mano y también fotografías históricas. Cerca de cinco mil materiales que recibió como donación la Universidad Católica y que fueron hallados por los nuevos dueños del Teatro del Ángel.

María de la Luz Hurtado, directora de Archivos de la Escena Teatral UC, planteó a El Mercurio tras la donación, que la artista coleccionó “sabiendo que en algún momento alguien iría a descubrir su valor y qué mejor que el Teatro de la Universidad Católica, que es la sala con más persistencia y donde realizó un trabajo teatral de una belleza, de una magnitud y una profundidad únicas, que sea parte de este hallazgo”.

Para Daniel Muñoz, Ana González “era una líder de opinión, una actriz de renombre que genera revuelo, era su personalidad. Si bien la Desideria fue su partner, era Ana González quien iba a dar una charla, era la presencia de ella, una verdadera estrella. Eso se ha perdido, conseguir esa magnitud de una actriz nacional ya no es posible”.

Este reportaje se realizó gracias al financiamiento del Fondo de Fomento de Medios de Comunicación Social del Gobierno de Chile y del Consejo Regional.

Periodista: Maritza Tapia F.
Fotógrafo: Alejandro Bustos M.
Editora: Ana Rosa Romo R.
Agradecimiento a: Archivo de la Escena Teatral UC

Ir al contenido