Por Loreto Paillacar S.
Durante agosto, el Círculo de Periodistas de Santiago realizará su cuarto ciclo de cine destacando tres obras de la reconocida cineasta chilena Tatiana Gaviola Artigas, que se exhibirán en el Teatro Camilo Henríquez, ubicado en el edificio de Amunátegui 31.
Las películas elegidas son Mi último hombre (1996) con Claudia Di Girolamo, Willy Semler, Liliana García, Francisco Reyes, entre otros; Teresa (2009) protagonizada por Francisca Lewin, Diego Casanueva, Edgardo Bruna; y La mirada incendiada (2021), en cuyo elenco figuran María Izquierdo, Juan Carlos Maldonado, Gonzalo Robles, Catalina Saavedra, y otros.
Tatiana Gaviola manifiesta estar complacida de la programación de su ciclo en esta época del año porque el tema de las producciones se vincula “con la conmemoración de los cincuenta años del golpe cívico-militar y con el ámbito de mi interés, que tiene que ver con la memoria y con la historia”.
“En Mi último hombre, Teresa, La mirada incendiada y mi próximo proyecto hay un vínculo que me interesa y que espero seguir trabajando: Jóvenes vinculados a la política. Contar esa historia, porque es una historia que yo viví muy cercanamente, desde el primer plano, desde el protagonismo, desde el participar hasta mirar desde lejos”, afirma la cineasta.
Tantas vidas, una historia
En una entrevista exclusiva concedida al Círculo de Periodistas de Santiago, Tatiana revela las motivaciones detrás de su elección por el cine, su trayectoria en la construcción de sus obras y la relevancia del cine en la promoción del cambio social.
-¿Cuál fue el momento o la experiencia que la llevó a decirse por la dirección de cine?
El primer documental que yo hice se llama Tantas vidas, una historia y fue a un grupo de mujeres pobladoras marginales de Ochagavía, que era un campamento. Con ese documental tuve la certeza que había algo en la construcción del plano que me importaba mucho, que tenía que ver con la luz, con el lograr un contacto cercano e interno y para eso servía el trabajo con una cámara.
-¿Fue consciente la decisión de abordar ese documental desde una perspectiva social o se fue generando con el tiempo?
Lo sabía desde el principio, porque esto fue hecho en conjunto con unas mujeres que ya estaban realizando un trabajo de desarrollo en ese campamento. Hubo una interacción súper importante y sabía que ese documental me importaba por el tema, porque eran mujeres.
Me di cuenta cómo ellas podían tener un relato complementario y único. Una empezaba a hablar, seguía la otra, era como una frase y, de hecho, está construido así, una frase que está construida colectivamente. Ese documental es un relato hecho a varias voces.
Negando los miedos
-Respecto a lo anterior y su proceso creativo, ¿siempre tiene una idea previa o estructura sus obras a medida que las va realizando?
Creo que me fui encontrando con esto que era un relato. De hecho, lo construí así. En esa época no había visto otros trabajos que tuvieran esa forma en que eran tan integradas las voces. Una decía “me levanto, pongo la tetera” y la otra seguía con otra actividad cotidiana y así se fue construyendo todo.
-Esa forma de construir una obra, ¿se ha replicado en sus otros trabajos?
Hay unas imágenes que yo saqué de ahí que tenían que ver con ellas. Hablando del miedo, decían “yo no le tengo miedo a nada”. Con eso, hice un corto experimental un año después que se llama Yo no le tengo miedo a nada. También tiene que ver con ese momento en que yo decido trabajar en esto y recién había terminado la universidad.
Tenía un hijo y la segunda la tuve justo cuando estaba filmando este documental con nueve meses de embarazo. A mi hija le puse el nombre de uno de los personajes de esa película. Se llama Elisa y ese personaje era una Elisa bien potente, muy especial.
Yo había terminado la escuela, tenía hijos y hubo un momento que dije “¿Qué hago? Tengo miedo. No sé si dedicarme a esto”. Estábamos en plena dictadura, de los momentos más brutales, y mi exmarido -en esa época era mi marido- estuvo preso. Desapareció en Grimaldi unas semanas.
Entonces hice este corto donde usé imágenes de estas mujeres, entre otras cosas, porque lo hice con varios archivos y conmigo presencialmente, usándome con mi reflejo, con mi imagen. Y en esta historia yo afirmo negando todos los miedos que tengo.
El cine pone luz en los rincones
-Cuando decidió estudiar esta carrera, ¿ya tenía esos miedos o surgen posteriormente?
Yo entré a la universidad el setenta y cuatro, empezando la dictadura. Entonces, creo que los miedos se van desarrollando y tienen mucho que ver con el pánico que se vivía en esa época. De hecho, la carrera la cerraron porque decían que no había campo de trabajo. Otra razón era porque no querían que se hiciera cine en este país. Los cineastas que debieron haber sido nuestros maestros estaban en el exilio, por lo tanto, había una situación en que el cine era prácticamente inexistente en Chile.
-¿Sintió que estaba en desventaja por ser una de las pocas mujeres que se dedicaba a esta profesión?
Cuando más lo sentí es cuando traté de hacer publicidad. La publicidad era un medio a través del cual se podía vivir y sobrevivir. En ese entonces los proyectos eran super alternativos, tanto como idea y como propuesta, y tenían unos circuitos de distribución más alternativos todavía. Entonces había que hacer publicidad para vivir y aprender con las herramientas del cine, como trabajar con grúas, luces, distintas cámaras, distintos lentes. Ahí aprendí la tecnología y a desarrollar lenguaje.
-¿Cuál cree que es el papel que tiene el cine en la promoción del cambio social?
El cine y las obras miran profundamente la sociedad. Rincones de la sociedad, algunos ocultos, que están oscuros y ponen luz sobre esos espacios. En ese sentido, las películas contribuyen a eso, a revelar, develar, admirar, a poner luz y, por lo tanto, permiten establecer esa conexión con el público que a veces esquiva. Hay un vínculo en el cual hay un reflejo mutuo, un mirarse mutuo y ahí, evidentemente, hay cambio para el público que, aunque no vaya al cine, le llega por algún lugar.
Cineasta Visionaria y Valiente
Tatiana Gaviola Artigas, una mujer visionaria en el mundo del cine, ha dejado su huella en la historia de la cinematografía chilena. Se graduó en la Escuela de Artes de la Comunicación de la Pontificia Universidad Católica en una época en la que estudiar cine no era un camino convencional para las mujeres.
Por su trabajo y trayectoria, se convirtió en una maestra en plasmar la realidad en imágenes y su talento no pasó inadvertido. En el período de 1993 a 1995 asumió la presidencia de la Asociación Chilena de Productores, demostrando su liderazgo y compromiso con la industria audiovisual. También se desempeñó en la televisión, a cargo de la dirección de las series Reporteras urbanas y Cuentos de mujeres.
Posteriormente, su pasión por el arte cinematográfico la llevó a la docencia, ejerciendo un papel crucial en la Universidad Vicente Pérez Rosales (UVIPRO). Allí, con su visión única, dirigió el proyecto de la Escuela de Cine, que se distingue de otras escuelas en que la formación cinematográfica se funda sobre el arte.
La cineasta es una de las primeras mujeres directoras de Chile que, durante los oscuros años de la dictadura, se destacaron por llevar adelante una labor activa en la filmación de documentales. Valiéndose del formato de video -que emergía como la opción más viable e incluso la única en algunos casos- sus primeros pasos en el cine los dio filmando documentales con una mirada única y auténtica.