Guillermo Ravest guardó copias de la cinta, lo que permitió conocer y preservar histórica locución del Presidente el día del Golpe de Estado.

Equipo ES. En México, donde residía, falleció el periodista Guillermo Ravest, quien para el 11 de septiembre de 1973 era director de Radio Magallanes. Esa mañana, el profesional sostuvo un diálogo con el Presidente Salvador Allende y luego dio las instrucciones para que se transmitiera el último discurso del mandatario. Ravest lo grabó, hizo copias, y burló la vigilancia y persecución de los militares golpistas para preservar esa alocución histórica, permitiendo su conocimiento.

En uno de los relatos que hizo, Ravest contó que cuando Allende se comunicó con él, “sin sacarme la bocina de la oreja, y para que el mandatario me escuchara, grité a Amado Felipe -quien se encontraba al frente del tablero de control del estudio, a unos tres metros de distancia-: ‘Instala una cinta, que va a hablar Allende’ y a Leonardo Cáceres: ‘Corre al micrófono para anunciar a Allende’. Allende debe haber escuchado esos gritos y le pedí: ‘Cuente tres, por favor, compañero, y parta…’”

El periodista murió en tierra mexicana donde vivía junto a su familia. Hace un tiempo había muerto su esposa, la periodista chilena Ligeia Balladares. Guillermo Ravest escribió varios libros y se desempeñó profesionalmente en varios medios de México, principalmente radiales. En Chile el reportero, también, trabajó en el periódico El Siglo.

El diálogo con el Presidente Allende

El siguiente es un texto publicado por el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos:
“La mañana de aquel martes 11 de septiembre Guillermo Ravest se encontraba en las dependencias de Radio Magallanes, de la cual era director. Los estudios estaban ubicados en el sexto piso de Estado 235 y tenían acceso por la entrada del Pasaje Imperio. Eran las 09:20 horas cuando sonó el teléfono a magneto que comunicaba a la radio directamente con el despacho presidencial de La Moneda. Ravest contestó y supo de inmediato que la que escuchaba era indudablemente la voz de Allende.

-¿Quién habla?
-Ravest, compañero.

-Necesito que me saquen al aire, inmediatamente, compañero.
-Deme un minuto, para ordenar la grabación.
-No, compañero. Preciso que me saquen al aire inmediatamente, no hay tiempo que perder.
Ravest gritó a quien se encontraba en las perillas de control del estudio para que instalara una cinta y grabara; lo mismo hizo con Leonardo Cáceres, a quien le pidió que corriera al micrófono para anunciar al Presidente.

El equipo que se encontraba en la radio, por intuición o clarividencia de un momento histórico, anunció las palabras del Presidente con los primeros acordes del himno nacional como fondo.

-Cuente tres, por favor, compañero, y parta.
El último discurso de Allende se fundió con los sonidos de los balazos, disparos de artillería y ruidos de aviones que propiciaron los asaltantes de La Moneda. Aquellas palabras hoy constituyen un patrimonio político y cultural para nuestro país, un patrimonio que sin el papel clave que jugó la radio difícilmente perduraría intacto hasta nuestros días.

Durante el transcurso del 11, la Junta Militar ya instalada en el poder, entregaba un duro mensaje a este medio de comunicación. ‘Todas las estaciones de radiodifusión de la provincia de Santiago deben de inmediato silenciar, hasta nuevo aviso, la totalidad de sus transmisiones en onda larga, en onda corta y frecuencia modulada. El país continuará siendo informado exclusivamente a través de la red de radiodifusión de las Fuerzas Armadas, las que permanecerán transmitiendo en forma continuada hasta nuevo aviso’”.

El discurso

El siguiente es el texto completo del discurso del Presidente Salvador Allende, que gracias a la iniciativa y valentía de Guillermo Ravest, puedo ser conocido por distintas generaciones y quedar como un testimonio histórico de aquel martes 11 de septiembre:

“En estos momentos pasan los aviones. Es posible que nos acribillen. Pero que sepan que aquí estamos, por lo menos con nuestro ejemplo, que en este país hay hombres que saben cumplir con la obligación que tienen. Yo lo haré por mandato del pueblo y por mandato consciente de un Presidente que tiene la dignidad del cargo entregado por su pueblo en elecciones libres y democráticas. En nombre de los más sagrados intereses del pueblo, en nombre de la Patria, los llamo a ustedes para decirles que tengan fe. La historia no se detiene ni con la represión ni con el crimen. Esta es una etapa que será superada. Este es un momento duro y difícil: es posible que nos aplasten. Pero el mañana será del pueblo, será de los trabajadores. La humanidad avanza para la conquista de una vida mejor.

Pagaré con mi vida la defensa de los principios que son caros a esta Patria. Caerá un baldón sobre aquellos que han vulnerado sus compromisos, faltando a su palabra… rota la doctrina de las Fuerzas Armadas.

El pueblo debe estar alerta y vigilante. No debe dejarse provocar, ni debe dejarse masacrar, pero también debe defender sus conquistas. Debe defender el derecho a construir con su esfuerzo una vida digna y mejor.

Seguramente ésta será la última oportunidad en que pueda dirigirme a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Postales y Radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura sino decepción Que sean ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron: soldados de Chile, comandantes en jefe titulares, el almirante Merino, que se ha autodesignado comandante de la Armada, más el señor Mendoza, general rastrero que sólo ayer manifestara su fidelidad y lealtad al Gobierno, y que también se ha autodenominado Director General de carabineros. Ante estos hechos sólo me cabe decir a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.

Trabajadores de mi Patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley, y así lo hizo. En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección: el capital foráneo, el imperialismo, unidos a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que les enseñara el general Schneider y reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas esperando con mano ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios.

Me dirijo, sobre todo, a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros, a la abuela que trabajó más, a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños. Me dirijo a los profesionales de la Patria, a los profesionales patriotas que siguieron trabajando contra la sedición auspiciada por los colegios profesionales, colegios de clases para defender también las ventajas de una sociedad capitalista de unos pocos.

Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron y entregaron su alegría y su espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos, porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente; en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando las vías férreas, destruyendo lo oleoductos y los gaseoductos, frente al silencio de quienes tenían la obligación de proceder. Estaban comprometidos. La historia los juzgará.
Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz ya no llegará a ustedes. No importa. La seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la Patria.

El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse.
Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.

¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!
Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.

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