“No olviden que, a pesar de todo lo que les digan, las palabras y las ideas pueden cambiar el mundo». La Sociedad de Los Poetas Muertos.
Se desentornan las compuertas del ayer.
La llave maestra es la nostalgia recreadora.
Media mañana de la fría primavera. Sopla un vientecillo de gratitud y simpatía.
Ausente de fronteras.
Me visitan Mónica Rincón y Daniel Matamala, hoy excelentes conductores de CNN.
Antaño, mis destacados alumnos en la Escuela de Periodismo de la Universidad Católica.
Ambos llegan a mi corazón en una hora y 40 minutos de estimulante tertulia.
Las anécdotas son un manantial inatajable.
Ella pronto se convirtió en persistente y ejemplar colaboradora en la ayudantía de Redacción.
Trabajamos con máquinas de escribir en el Campus Oriente, antiguo claustro de monjas.
Se entusiasmó con el curso.
Con la silenciosa y brillante Mariela Herrera, ambas redactaron una carta para postularme al premio Embotelladora Andina, suscrita por cien estudiantes.
Persuadieron al jurado, que integraban cuatro directores de Escuelas de Periodismo, el presidente nacional del Colegio, el ganador anterior, el Premio Nacional (Julio Martínez) y dos representantes de la empresa.
Lo obtuve, en ceremonia sin olvido.
Los dos visitantes conjugaron nuestro pretérito perfecto.
Daniel Matamala, ganador en el safari de los vocablos, conduce con éxito 360° en CNN.
Con bondad, me regala un ejemplar de su libro “Poderoso Caballero: El peso del dinero en la política chilena”.
Me dedica: “Con profundo cariño y agradecimientos para Enrique, un maestro como ya no hay en el periodismo. Gracias eternas por enseñarme el amor por la palabra y por el oficio más hermoso del mundo”.
La semicita de García Márquez nos une.
El valdiviano Matamala es, además Máster of arts, en Periodismo Político de la Universidad de Columbia.
Mónica conduce “Marca Registrada” y “Conciencia inclusiva” en CNN.
Envía un mensaje a Daniel: “Tenemos un maestro como él y un amigo como tú. Son regalos que agradezco siempre”.
Y yo a ellos, con mi corazón en temblor.
Porque son mi pretérito perfecto.
Enrique Ramírez Capello