No hay manera de saber cuántos “Quijotes” recibió Andrés Aylwin en su vida. Fueron incontables. Amigos, alumnos, admiradores y “clientes” agradecidos, lo identificaban con el Hidalgo de La Mancha. Consideraban que la mejor forma de manifestarle su aprecio era mediante la figura del personaje de Cervantes: espigado, con barba y, sobre todo, idealista.


Los molinos de viento contra los cuales luchó Andrés Aylwin no fueran gigantes imaginarios. Mucho peor, fueran los esbirros de un régimen que nunca creyó en los derechos humanos ni en la dignidad de las personas. Por eso, pese a su debilitada salud, fue relegado al inhóspito altiplano donde estuvo a punto de perder la vida. El gesto anónimo de un carabinero, que lo trasladó a un lugar más acogedor, lo salvó. Más tarde, ambos se reencontrarían, animados de la misma convicción compartida. Cuando contaba la historia, Andrés se emocionaba. Es que fue siempre un hombre de paz.

En 2015, cuando en la Cámara de Diputados se le rindió un homenaje, pronunció un emotivo discurso que se ha recordado, tras su muerte. Dijo entonces:

Todos los que se levantan contra la dictadura no son anti patriotas, sino que son personas que defienden la patria profunda, la que quiere a sus hijos, la que no es odio ni muerte, sino que es vida.
No hay duda de que este amor a “la patria profunda” lo llevó a firmar la carta de oposición al golpe militar en 1973. El grupo de trece demócratacristianos que suscribió el documento reconoció que había sido opositor al régimen de la Unidad Popular. Pero no vacilaron en condenar “categóricamente el derrocamiento del Presidente Constitucional de Chile, señor Salvador Allende”.

En lo medular, explicaron su postura:

“Señalamos que nuestra oposición a su gobierno fue siempre planteada para preservar la continuidad del proceso de cambios que tuvo el honor de iniciar en nuestro país el gobierno de la Democracia Cristiana y al mismo tiempo para impedir su desviación antidemocrática.
“Mantenemos en todas sus partes las críticas que en dicho contexto formulamos al gobierno de la Unidad Popular y al Presidente Allende. Reiteramos, por eso mismo, que, en conformidad a nuestras convicciones personales y a las repetidas determinaciones de la Democracia Cristiana, jamás tuvimos otra actitud parlamentaria o particular que no fuera la oposición dentro del cauce democrático destinada a obtener la rectificación de los errores cometidos por el gobierno del Presidente Allende e impugnados por nosotros”.

Comprensiblemente, hubo quieres entonces no quisieron aparecer en una actitud confrontacional ante las nuevas autoridades de la dictadura. En poco tiempo, sin embargo, la mayoría de los dirigentes y militantes DC se situó en la oposición. Pese a la carta de Eduardo Frei Montalva a Mariano Rumor, en que se justificaba el golpe, en 1980, con ocasión del plebiscito, asumió una postura de oposición. Fue probablemente esta la razón para señalarlo como un peligroso enemigo. Tan peligroso como para asesinarlo.

Pero antes, desde los oscuros días de setiembre de 1973, la voz de Andrés Aylwin fue una de las pocas que se levantaron incansablemente pese a sus legítimos temores. Y, cual Quijote, siguió hablando, denunciando y defendiendo víctimas inocentes.

Abraham Santibáñez M.

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