Autor: Enrique Fernández
Don Camilo Henríquez, el padre de la prensa nacional, se quedó solo. Nadie –o casi nadie– acudió a rendirle un homenaje el pasado 13 de febrero, cuando se cumplieron 213 años de la aparición de La Aurora de Chile, el primer periódico publicado en nuestro país en aquel lejano jueves 13 de febrero de 1812.
Estuvo solo Fray Camilo, solo y perpetuado en una escultura de bronce que se alza en el Paseo Bulnes de Santiago, en pleno barrio cívico y cerca del palacio de La Moneda. No hubo ceremonia, ni ofrenda floral, ni discursos. La simbólica pluma que exhibía en su mano derecha ya ha sido arrancada por vándalos que ni siquiera supieron quién era ese personaje ni qué ideas representaba. Sobre el pecho de su estatua, una mancha de pintura roja reflejaba la razón de la sinrazón. Y mostraba la soledad de don Camilo.
El Círculo de Periodistas y el Colegio de Periodistas tradicionalmente organizaron en este aniversario actos conmemorativos. Ahora, en cambio, no hubo homenajes, ofrendas florales, ni discursos para evocar a este primer periodista chileno: Periodista y cura rebelde de la Orden de la Buena Muerte, nacido en Valdivia y que vivió su adolescencia en Lima, a fines del siglo XVIII. Fue allí donde conoció los peligrosos escritos de los filósofos franceses que cuestionaban el orden establecido. Por eso el joven sacerdote enfrentó a la inquisición, acusado de prácticas cercanas a la herejía.
De regreso en Chile, cuando ya soplaban las primeras brisas de la libertad a partir de 1810, el inquieto cura se sumó a la causa de quienes querían la completa independencia. El rey Fernando VII de España era prisionero de Napoleón. Y el emperador, en una práctica nepotista que viene de la antigüedad, coronó rey a su rey a su hermano José Bonaparte.
Pero el padre Camilo y otros jóvenes patriotas no querían que Chile reconociera a este rey impostor, a quien los españoles llamaban Pepe Botella por su afición a los placeres del dios Baco. Fue así como Fray Camilo lanzó el proyecto de crear un periódico, para difundir sus ideas emancipadoras. La sociedad chilena se dividía entonces entre realistas y patriotas, como diríamos hoy entre derechistas e izquierdistas. Convenció pues al Gobierno de José Miguel Carrera para que importara una imprenta, que llegó a Santiago en 1811. Y con sus manos manchadas de tinta, quejándose siempre de enfermedades que nadie le creía, concretó su sueño… El 13 de febrero de 1812, salió a las empolvadas calles de Santiago el primer número de “La Aurora de Chile”.
Es difícil para nosotros imaginar lo que fue aquel acontecimiento, porque en los comienzos del siglo XXI los medios de comunicación forman parte de nuestra vida diaria. Pero en ese tiempo, en los albores de la República, los realistas miraban con el ceño fruncido a este fraile que incursionaba en el periodismo y la política. Fray Melchor Martínez, también sacerdote, pero realista y conservador, no simpatizaba en absoluto con la causa del padre Camilo. Y sin embargo Fray Melchor entrega este relato del día en que apareció La Aurora de Chile:
“No se puede encarecer (o describir) con palabras el gozo que causó este establecimiento (o acontecimiento): Corrían los hombres por las calles con una Aurora en las manos, y deteniendo a cuantos encontraban leían, y volvían a leer su contenido, dándose los parabienes de tanta felicidad, y prometiéndose que por este medio pronto se desterraría la ignorancia y ceguedad en que hasta ahora habían vivido”.
A pesar de su elocuente descripción, el padre Melchor consideraba una amenaza la aparición de La Aurora. Incluso pensaba que Camilo Henríquez era un “secuaz de Voltaire, Rousseau, y otros herejes de esta clase”. Y agregaba que don Camilo y sus colaboradores, desde el primer número de La Aurora, se propusieron divulgar la descabellada idea de que la soberanía reside en el pueblo.
Así las cosas, este primer periodista chileno y sus colaboradores – Antonio José de Irisarri, Bernardo de Vera y Pintado y Manuel de Salas- enfrentaron una tarea ardua, envueltos en las luchas intestinas de la naciente República.
“Sin duda caerá en el olvido una obra débil, que sólo tendrá el mérito de haber precedido a otras mejores”, escribió don Camilo en ese primer número de La Aurora. Cuando vislumbraba futuras obras “mejores”, ¿habrá imaginado el periodismo que hoy conocemos, en esta era de la información y la posverdad?
La Aurora de Chile circuló durante más de un año, semana a semana. Apareció todos los jueves hasta su último número, publicado el jueves 1 de abril de 1813. Cinco días más tarde, desde los mismos talleres y con el mismo equipo de redacción, aparecía El Monitor Araucano. Era el segundo capítulo en la larga historia del periodismo chileno.
Cuando sobreviene la reconquista española, el fraile de la Buena Muerte parte al exilio en Argentina, como muchos otros patriotas. Al establecerse la Patria Nueva en 1818, el sacerdote periodista no se atreve a regresar, porque era amigo de los Carrera. Pero Bernardo O’Higgins le pide que vuelva y así don Camilo muere en su tierra, en Santiago, en una casa del número 33 de la calle Teatinos, el 16 de marzo de 1825. Tenía 56 años. El domingo 16 de marzo se cumplirán 200 años de su partida a la inmortalidad, mientras su escultura se alza solitaria, en una céntrica avenida de Santiago.