Por Gregorio Angelcos
Hace menos de un siglo, iniciaron su viaje a la eternidad, tres grandes autores latinoamericanos, me refiero a Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges y Julio Cortázar.
Tres escritores que marcaron un hito relevante dentro de la narrativa contemporánea y que nos impactaron con sus estilos, trascendiendo el viejo realismo literario, para inventar y crear mundos que surgieron de su ideación, convirtiéndose en variaciones significativas en el tratamiento de sus relatos para el goce estético y ético de sus lectores.
De su imaginación emanaron obras que se vincularon al realismo mágico en el caso de García Márquez, y de la literatura fantástica en Borges y Cortázar. Quedan en nuestro inconsciente colectivo novelas como Cien años de soledad, El otoño del patriarca, entre muchas otras, las que constituyen un breve antecedente, de la vasta obra que nos legó este gran cronista y escritor colombiano: magia, sorpresa, enigmas, sorprendentes personajes que nos mostraron como es la identidad de nuestros pueblos, con sus propias formas de relacionarse y comunicarse, un gran hallazgo que estaba latente en las entrañas de nuestro continente.
Y en el caso de los argentinos, los cuentos de El Aleph de Borges, en los que destacan todos, pero en particular, los que a mi juicio tienen una mayor envergadura creativa, tales como el inmortal, el muerto, historia del guerrero, en fin, El libro de Arena, en otro volumen, nos sorprende con sus hipótesis sobre lo infinito y sus especulaciones sobre la eternidad, sin duda, un maestro de las abstracciones con sentido, y con una matriz influida por su gran erudición, en materias como la física cuántica y la filosofía.
De Cortázar, sus cuentos breves, como La noche boca arriba, Casa tomada, Todos los fuegos el fuego, y sus novela Rayuela, en el que el autor innova en la estructura del texto, realizando variaciones, e incitando a los lectores a abordar su lectura en forma aleatoria dependiendo de su condición de género: hombre o mujer, son el resultado de “especulaciones” extraordinarias, con una lucidez, que trasciende nuestro raciocinio lógico, invitándonos a romper con las convenciones en nuestra vida cotidiana, nos comparte sus atmósferas de ensoñación, aunque no se trate de literatura onírica, la que pertenece más bien, a la corriente surrealista, que encabezó André Breton en Francia, a comienzos del siglo veinte.
En este mes de abril, mes del libro, el recuerdo de quienes he admirado como escritor y periodista chileno, y que dejaron una huella invisible en el subconsciente colectivo de varias generaciones, las que continuamos leyendo y difundiendo su obra, a través un tiempo invisible que se niega a desaparecer y que se proyecta más allá de la posmodernidad.