«Son momentos de duda y confusión, tanto entre los fieles como entre los pastores. Lo primero, creo, es comprensible; lo segundo, en cambio, resulta imperdonable.»

No han sido pocos los conflictos de la Iglesia Católica a lo largo de nuestra historia. Ninguno se compara, sin embargo, con la crisis actual: nunca antes, ningún gobierno había pedido -aunque fuese privadamente- que el arzobispo de Santiago se omitiera en el Te Deum de Fiestas Patrias.

Al hacer caso de las presiones, el Cardenal Ezzati dejó más preguntas que respuestas. También es ambigua la forma en que se restó de su papel de Gran Canciller de la Universidad Católica. Y está, claro, no se puede ignorar su compleja situación como imputado por encubrimiento ante la justicia.

No es el único síntoma de un malestar generalizado.

Dos senadoras -Ximena Rincón y Adriana Muñoz- se pusieron en campaña para que se revoque la nacionalidad concedida por gracia al cardenal Ezzati. Su argumento principal es que quebró la confianza, por encubrir acusaciones de abuso sexual.

Son momentos de duda y confusión, tanto entre los fieles como entre los pastores. Lo primero, creo, es comprensible; lo segundo, en cambio, resulta imperdonable.

Se ha recordado que en la segunda mitad del siglo XIX se vivieron momentos comparablemente duros, pero la jerarquía católica no vio estaba confundida ante la aprobación de una abundante legislación laica: los cementerios en 1871; el Código Penal en 1874; la supresión del fuero eclesiástico en 1875 y se vivió un conflicto por el nombramiento del arzobispo de Santiago (1878).

Se dijo entonces que estas leyes llevarían a “la decadencia moral de la sociedad entera”.

En nuestro tiempo parecidos temores se expresaron ante proyectos como el divorcio o el aborto por tres causales.

Las catástrofes anunciadas, sin embargo, no se cumplieron. Pero, por el gran cambio comunicacional, muchos oscuros secretos salieron a la luz.

Esto preocupa a un grupo creciente de laicos católicos de probada militancia. Desde junio, han estado construyendo un mensaje en torno a “La Iglesia que queremos” Se trata de una propuesta de ocho carillas pensada como una Carta Abierta al Papa y a los obispos chileno.

De partida dicen que “tal como nos enorgullecemos de Francisco de Asís, Tomás Moro, Madre Teresa y del Padre Hurtado, sentimos vergüenza propia por Maciel, Karadima y tantos otros sacerdotes y religiosos pedófilos; y ¿qué decir de los obispos encubridores? Nos abruma (ver) que.. millones de personas se están distanciando de la fe”.

Por Abraham Santibáñez M.

Premio Nacional de Periodismo

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