Hoy despedimos a nuestra colega Marianela Ventura Méndez, una gran mujer, una gran profesional, una gran amiga. Fueron muchos los que acudieron a su funeral, pero las palabras de Ignacio González reflejaron exactamente lo que todos pensábamos de ella. Las dejamos a continuación para que recuerden para siempre a nuestra colega.
La conocimos ayer. Ayer, digo, porque el tiempo, las décadas, a estas alturas se evaporan. Fuimos compañeros de curso con la Marianela, junto con varios de los presentes, en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, a partir de 1962.
En esa clase, nuestra amiga quedó bautizada muy pronto como la Chica. Era vivaz, empática y participativa. Sus ojos y su sonrisa siempre acogían. Una persona cálida. Humanamente hablando, era inconfundible.
En un medio tan difícil como el periodismo, tan competitivo, tan propicio a la egolatría y a la descalificación mutua, la Marianela evidenció otra singularidad: era la única persona de mi profesión que, hasta donde conozco, no tenía enemigos. Ni quienes pensaban políticamente distinto a ella la embestían. Bajo los gobiernos de Frei Montalva y Allende y la dictadura de Pinochet, los periodistas de pensamiento distinto a la Marianela conversaban o discutían con ella en un tono que nunca llegaba a la aspereza o al insulto, como si respetaran la buena fe, el origen puro y desinteresado de las creencias de la Chica. Una prueba de la humanidad de nuestra amiga es que albergó en su casa, durante el gobierno de la UP, a un destacado dirigente de Patria y Libertad a quien ni siquiera conocía personalmente, porque se lo pidió uno de sus amigos, también de ultraderecha; y durante la dictadura, ocultó a un militante de izquierda buscado por los servicios de inteligencia.
Políticamente, la Marianela se la jugó. Siempre tuvo convicciones y nunca las escondió ni las disimuló. Cuando universitaria, entregó su respaldo a Frei Montalva. Bajo Pinochet, trabajó en radio Presidente Balmaceda hasta que el medio fue clausurado por el régimen militar. De ahí pasó a radio Cooperativa y luego al Boletín de la Vicaría de la Solidaridad. En esta última publicación cubrió el área de los sindicatos y trabajadores, la misma que había reporteado para la Balmaceda. Esa preferencia manifestaba su postura permanente de alinearse con los más débiles y castigados.
La Marianela conformó una especial convivencia, comunidad y podríamos decir que simbiosis, con su madre y su hermana soltera, la Petty. Las tres vivían en la casa familiar de Ñuñoa. La Chica también se preocupó mucho de sus sobrinos y siguió muy cercana a ellos cuando nacieron sus sobrinos nietos, a los que quería mucho.
Ella fue siempre fue muy trabajadora. Se entregaba absolutamente a su tarea. Era una fumadora empedernida y una ferviente católica. En su primera época de ejercicio profesional fue reportera y, a partir de los años 90, derivó al campo de las relaciones públicas o comunicación estratégica. Se desempeñó en ministerios y posteriormente en empresas del Estado, siempre en las jefaturas de departamentos. Organizaba, reorganizaba y se entendía perfectamente con los equipos situados bajo su dirección. A sus superiores, fueran ministros o jefes de servicio, les entregaba toda su colaboración. En todos esos casos, se producía el ya conocido fenómeno: todos la apreciaban y la querían. Porque le sobraba la lealtad.
Pero, como tenía que ocurrir alguna vez, hubo un cambio de signo político y la tarea de la Chica se interrumpió. Se quedó sin trabajo.
Esa fue la primera tragedia. En un comienzo, ella pensó que lograría encontrar algo. Buscó. Y nada. Había nacido una experiencia inédita y amarga para ella. Ansiosa, desconcertada, siguió tras lo que se le negaba.
Fue en esa época en que estaba tan vulnerable, cuando sobrevino el otro quiebre. Su madre falleció. En la casa sólo quedaban dos de ese trío familiar de tanto entendimiento. La desaparición posterior de la Petty oscureció aun más la vida de nuestra amiga.
La suma del término de su vida laboral y el deceso de su madre y su hermana le quitaron a la Chica sus ganas de vivir, pese al esfuerzo de su hermana casada y el marido de ésta. Ella confesó su desinterés a sus amigos cercanos que iban a visitarla. De manera que todos esos compañeros y compañeras de larga data sabían que no había mejoría posible en el ánimo de la Marianela. Ella solamente esperaba. Se dio cuenta del momento en que iba a producirse el desenlace. Un día antes de expirar, se despidió de su hermana.
Tuvo una existencia que irradió cariño y amistad. Ella – y quiero testimoniarlo- – fue la persona más cálida y solidaria con la que me topé en mi vida. En su acción profesional y personal siempre hizo el bien. Sin aspavientos, sin proponérselo, honró el periodismo nacional. Se va en medio de nuestro más profundo afecto.