José Miguel Varas partió hace 10 años, el 23 de septiembre de 2011, mismo día en que, en 1973, se fuera Pablo Neruda. Se conocieron cuando Varas tenía 20 años y se convirtió en colaborador y amigo del poeta.
En su doble condición de periodista y escritor, José Miguel Varas obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 2006 y fue un activo socio del Círculo de Periodistas, hasta el día en que partió. Como periodista, su imaginación de escritor tomaba aspectos de la realidad para llevarlos a la ficción, por lo que su pluma figura junto a grandes cronistas nacionales como José Joaquín Vallejos, Joaquín Edwards Bello o Hernán Millas.
Al cumplir 100 años el Círculo de Periodistas, en agosto de 2007, el diario La Nación publicó las reflexiones de José Miguel Varas sobre las diferencias y similitudes entre el periodismo y la literatura. Publicamos ese documento hoy como un homenaje a su memoria y un aporte a nuestros colegas y amigos.
NARRAR VERDADES
¿Cuáles son las semejanzas y las diferencias entre la forma de narrar verdades del periodismo y de la literatura? Es más lo que aproxima estas dos especies o ramas literarias que lo que las separa, aunque indudablemente, las diferencias existen.
Muchos profesores, periodistas y escritores coinciden en que no se puede concebir un periodismo al margen de la literatura. ¿Cuál es el objetivo central que comparten uno y otra? Revelar el mundo por medio del lenguaje. Cuando decimos el mundo nos referimos a todo lo que nos rodea y, sobre todo, a la sociedad humana, aunque no se excluye de ningún modo la naturaleza, el paisaje, el espacio cósmico, la vegetación y los animales de aire mar y tierra. Pero no cabe duda que lo esencial son los seres humanos, que tienen, como se sabe, la inveterada costumbre de vivir en sociedad.
Si aceptamos, pues, que escritores y periodistas tienen como misión fundamental revelar el comportamiento de los seres humanos en sociedad, de ello resultan tareas comunes para unos y otros, que exigen ciertas capacidades similares. Tales como:
- saber trabajar con el lenguaje;
- saber reproducir con exactitud los hechos observados o relatados, las palabras emitidas, los ambientes;
- tener una mirada fresca, desprejuiciada, que lleve a descubrir lo novedoso en la gente y en sus relaciones;
- descifrar los verdaderos impulsos e intereses humanos ocultos a menudo detrás de las palabras;
- situar a hombres y mujeres en la sociedad;
- saber discernir las verdaderas fuerzas o corrientes que operan en cada momento desde todos los núcleos sociales;
- descubrir y revelar lo que se mueve detrás de la fachada de las instituciones;
- encontrar lo que el pasado proyecta en los hechos actuales.
Y, además, bueno, la facultad de volar, de ver y mostrar el dolor, la suciedad, la violencia, el amor y la poesía de los hechos cotidianos. Aunque lo que se relate sean hechos reales, hace falta además, sin duda, la imaginación. Y un buen par de cojones (condición extensiva a las damas periodistas) para defender el derecho y la necesidad de revelar las verdades descubiertas cuando ellas tocan intereses creados.
¿Cuáles son entonces las diferencias entre el periodismo y la literatura?
Se diría que la principal es el objetivo que se persigue. El periodismo tiene la misión de informar sobre sucesos significativos y actuales, que ofrecen interés para los demás y que de alguna manera afectan o pueden afectar la vida, la conciencia y las opiniones de los receptores. Se trata de hechos que han ocurrido en momento y lugar precisos. Idealmente, el periodismo debiera dar también algunos antecedentes que revelen las causas del suceso que trata y que indiquen sus perspectivas o posibles efectos. También debería señalar las fuerzas o los intereses en juego.
Esta riqueza de contenido se da en la crónica o bien, en el reportaje. No siempre en las noticias cotidianas. Naturalmente, hay diferencias de grado, según el carácter de la noticia. Si el espacio es reducido y, en general, la situación de la que trata es conocida, pueden bastar algunas líneas.
Se supone que tales noticias son transmitidas primero por la radio, el medio que por su carácter puede informar con mayor rapidez o incluso simultáneamente con el hecho, lo que se llama “en tiempo real”. La televisión, que requiere mayor despliegue técnico, alcanza también en ocasiones la simultaneidad pero generalmente necesita algún tiempo más para informar.
Las noticias requieren mayor o menor longitud y desarrollo en virtud de su mayor o menor complejidad. En general, se diría que las revistas son el formato más adecuado para el reportaje. O los suplementos de los diarios, que en rigor son también revistas. En el periodismo de diario hay además tareas rutinarias o lateras, como escribir determinados “parrafitos” o gacetillas, como dicen los españoles, sobre hechos de cajón pero necesarios como información. Una parte de la información de los diarios es simplemente presentación de datos. Por ejemplo, las cotizaciones de la bolsa o la lista de puntajes de la prueba de acceso a la universidad. Estos materiales, los únicos que pueden considerarse plenamente objetivos, también son susceptibles de elaboración periodística. Puede bastar un título y una breve información encabezando la página respectiva: LA BOLSA SIGUE EN ALZA o lo contrario: LA BOLSA SIGUE A LA BAJA. Tales títulos pueden considerarse todavía como información objetiva pero basta un toque más para dar a una gris página de números un carácter político intencionado: ALZA DE LA BOLSA ANUNCIA RECUPERACION ECONOMICA. O lo contrario: BAJA INDICA QUE EL PAIS NO REPUNTA.
Volviendo a la literatura, ¿qué es entonces lo que la distingue? La narración literaria parte siempre de seres humanos singulares, de individuos colocados en situaciones de conflicto con sus semejantes o consigo mismo, y muestra su evolución en el tiempo. El escritor puede, si lo desea, precisar el lugar y el tiempo en que se desarrolla la acción, pero no está obligado a hacerlo. Puede limitarse a decir, como Cervantes: “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…” Aqui el verbo clave es “quiero”; el escritor puede dar o no ciertos datos, si quiere. Puede omitirlos para producir determinado efecto o simplemente porque no los considera necesarios para sus fines. En la obra literaria un aspecto esencial es el contraste entre lo que los personajes dicen y lo que piensan; entre los motivos aparentes que determinan su acción y los motivos reales. Y, sobre todo, la revelación de las emociones de los hombres, mujeres o niños de que se trata.
Decíamos que la tarea del periodismo es informar sobre hechos significativos de interés para la sociedad o, en todo caso, para un número importante de personas. La literatura puede igualmente tratar de hechos actuales o históricos importantes. Pero también puede detenerse, y a veces largamente, en sucesos domésticos, repetidos, mínimos que, de alguna manera, y aquí entra el arte del escritor, interesan al lector, porque dicen algo sobre la existencia humana, sobre los sentimientos, los deseos, las esperanzas o falta de esperanzas. Un ejemplo extremo es “Ulises” de James Joyce, una novela de unas 600 páginas que se limita a relatar 24 horas de la vida de un ser humano, con todos sus pensamientos y emociones.
El escritor, incluso el que hace literatura fantástica, trabaja siempre a partir de su propia experiencia (porque no dispone de otra), es decir, parte de la realidad tal como la ha conocido. Los personajes pueden basarse en seres reales que el escritor ha conocido, a veces combinando rasgos de dos o más en uno solo, pero inevitablemente tendrán algo de él mismo. Además, por regla general, mientras el periodismo nos habla del presente o de un pasado muy reciente, y a menudo del futuro (“Mañana el Senado decidirá sobre nuevo feriado”), la literatura se refiere siempre al pasado, aunque a veces el escritor use el tiempo presente; o aunque haga un relato de ficción colocado en el año 3.121.
El periodismo oral o audiovisual plantea algunos problemas diferentes, porque el lenguaje escrito no desempeña el mismo papel. Pero en esencia, también podemos y debemos pedirles a los periodistas de esos ámbitos las cualidades esenciales enumeradas. El reportaje de televisión se aproxima bastante a la literatura, sobre todo cuando reconstruye dramáticamente situaciones reales con la participación de actores.
* * *
Numerosos escritores chilenos que han sido periodistas. Todos o casi todos los más importantes han hecho periodismo en períodos más o menos prolongados.
Muchos han seguido, tal vez sin conocerlo, el consejo de Ernest Hemingway a los escritores: hacer periodismo pero arrancar a tiempo. Otros han insistido, de manera recalcitrante, en escribir en periódicos y revistas durante toda su vida. Lo cual, en la mayoría de los casos, no ha perjudicado su creación literaria, sino todo lo contrario.
Tal vez el consejo de Hemigway de “arrancar a tiempo” deba entenderse en el sentido de que aquéllos que padecen la vocación literaria no deben dejarse absorber de manera total por el periodismo. Deben preservar una reserva de energía y de tiempo, para mantener la continuidad de su creación literaria. Esto es bastante difícil. En las condiciones de Chile, no son pocos los periodistas que eran a la vez, real o potencialmente, escritores de valor y que no pudieron desarrollar esos talentos.
En los años 30, varios escritores norteamericanos fueron vanguardia en cuanto a la incorporación de técnicas periodísticas en la novela. John Dos Pasos en su trilogía “El gran dinero” como en su novela “Manhattan Transfer” hace uso de diversos recursos propios de la prensa. El extraordinario escritor de asuntos policiales Dashiel Hammett fue además periodista profesional. Lo mismo Ring Lardner, cronista deportivo y autor de cuentos memorables. Hay otros más. El uso de dichas técnicas es hoy una adquisición de la Literatura, forma parte de su arsenal de recursos.
Un escritor como García Márquez, que fue durante muchos años periodista de agencia, es un hombre que utiliza cuidadosa y sistemáticamente las técnicas periodísticas en sus novelas. El primer párrafo de “Cien años de Soledad” es un perfecto lead para un gran reportaje. Aunque después, claro, la imaginación sale por sus fueros. En Chile, un gran novelista como Carlos Droguett trabajó muchos años como cronista y publicó artículos en el diario “Extra”, que apareció en los años 40 y que tuvo corta duración, en la revista “Vistazo” y en otros medios.
En la literatura chilena, los ejemplos de escritores periodistas y periodistas escritores son sobremanera abundantes. En Chile, como se sabe, la literatura no es una profesión lucrativa. La pretensión de vivir de ella es el camino más corto para morir de hambre, a menos que se disponga de un Mecenas o de un papito o una mamita dispuestos a correr con la manutención del literato. Hay, claro está, casos muy excepcionales, como el de la super-bestseller Isabel Allende que, por lo demás, comenzó como periodista de la revista “Paula”. O el de Marcela Serrano.
Hace muchos años, escuché a Manuel Rojas decir que, si bien es cierto que el escritor necesita un “oficio lateral” (la expresión es de Gabriela Mistral), que le asegure los porotos de cada día, es mejor buscar una ocupación distante de la literatura. El periodismo, a su juicio, tiene el defecto de estar muy cerca de ella. El escritor y el periodista emplean más o menos las mismas neuronas y, luego, es agotador para el escritor sentarse de nuevo a la máquina de escribir para crear sus obras completas, después de haber pasado un día entero en lo mismo cumpliendo las tareas del periodismo. La recomendación de Manuel Rojas a los escritores es buscar un empleo u oficio, de preferencia manual, lo más alejado posible de la escritura: pescador, minero, ferroviario, chofer de micro, etc. Como se sabe, Manuel Rojas desempeñó mil oficios sin dejar de producir obras literarias, entre ellos, pintor de brocha gorda, obrero constructor del ferrocarril transandino, lanchero, cajero del Hipódromo, tipógrafo y linotipista. Sus recomendaciones pueden parecer una ironía cruel y resultan poco prácticas para los escritores noveles a los que hablaba.
Veamos una lista de los escritores-periodistas chilenos más eminentes:
En el siglo pasado, es decir en el siglo XIX que ya no es pasado, sino antepasado, habría que comenzar la lista con don Andrés Bello, primer Rector de la Universidad de Chile, autor de gran número de artículos periodísticos publicados en la prensa de la época: “El Monitor Araucano” y “El Ferrocarril”, principalmente.
Luego Benjamín Vicuña Mackenna, maravilloso como escritor, como periodista y como historiador. Y como intendente de Santiago, además…
Jotabeche, José Joaquín Vallejo, bastante olvidado, cuyas crónicas o “artículos de costumbres”, como los llamaba, vale la pena leer hoy día. Un párrafo de Jotabeche, que describe el trabajo de los pirquineros, una forma de explotación minera individual que aún sobrevive en Chile, a pesar de lo mucho que ha cambiado el país y que demanda, hoy como ayer, un esfuerzo casi sobrehumano. Escribió José Joaquín Vallejo:
“A la vista de un hombre semidesnudo que aparece en la bocamina, cargando a la espalda ocho, diez o doce arrobas de piedras, después de subir con tan enorme peso por aquella larga sucesión de galerías, de piques y de frontones, al oír el alarido penoso que lanza cuando llega a respirar el aire puro, nos figuramos que el minero pertenece a una raza más maldita que la del hombre. Nos parece que es un habitante que sale de otro mundo, menos feliz que el nuestro, y que el suspiro tan profundo que arroja al hallarse entre nosotros, es una reconvención amarga dirigida a los cielos, por haberlo excluido de la especie humana.
“El espacio que media entre la bocamina y la cancha, donde deposita el minero los metales, lo baña con el sudor copioso que brota por todos sus poros. Cada uno de sus acompasados pasos va acompañado de un violento quejido. Su cuerpo encorvado, su marcha difícil, su respiración apresurada, todo en fin demuestra lo mucho que sufre. Pero apenas tira al suelo la carga, bebe con ansia un vaso de agua y desaparece de nuevo, entonando un verso obsceno, por el laberinto embovedado de aquellos lugares de tinieblas”.
Periodismo estupendo. Hoy día algunos dirán que es demasiado opinante. Pero en verdad, el periodismo sin un pensamiento orientador y sin la fuerza para mostrar la realidad, no tiene mucho interés ni tiene mucho valor.
Todavía en el siglo XIX, está Daniel Riquelme, que participó en la Guerra del Pacífico (12), era miembro del Servicio de Sanidad del Ejército y nos dejó algunas de las crónicas más vivaces de este conflicto, recopiladas en un libro que se llamó “Bajo la Tienda”. Escribió grandes crónicas y libros completos: El Incendio de la Iglesia de la Compañía, La Revolución de 1851 –el alzamiento popular de artesanos y otros grupos de la ciudad de Santiago dirigido por la Sociedad de la Igualdad-, El Terremoto del Señor de Mayo, Páginas de Sangre en la Historia de Chile, etcétera.
Carlos Pezoa Véliz, uno de los mayores poetas chilenos, también periodista, murió en 1908 a los 30 años de edad. Escribió numerosos artículos en la prensa de la época. Toda su obra es póstuma. Lo editó por primera vez otro periodista escritor muy destacado: Ernesto Montenegro, primer director de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile.
En el siglo XX, los escritores periodistas y los periodistas escritores son un enjambre… El mayor de todos, Joaquín Edwards Bello, sin duda alguna. Sus crónicas de cada jueves en “La Nación” eran leìdas con verdadero entusiasmo por miles de personas. Además, claro está, se leían sus libros: “El Viejo Almendral”, editado después bajo otro título, “Valparaíso”; “La Chica del Crillón”, “El Roto”. En todos ellos hay ficción, personajes literarios, situaciones inventadas por el autor, pero hay además un aliento de autenticidad, un retrato de las costumbres, las tradiciones, las cualidades y los defectos nacionales y con frecuencia el tono de la crónica. Se puede afirmar que la literatura de Edwards Bello no habría alcanzado esa fuerza en la presentación de la realidad sin los largos años que dedicó su autor al periodismo de diario. Sus crónicas son un género muy particular, en el que las referencias a noticias recientes o de otro tiempo se entretejen con opiniones, recuerdos, referencias históricas o científicas. En la novela “El Roto”, por ejemplo, hay cosas propias de periodistas. Joaquín Edwards Bello describe ciertas casas míseras arrendadas por piezas donde funcionaban prostíbulos en las cercanías de la Estación Central. Y hace notar que estas casas eran de propiedad del Arzobispado de Santiago. Esto le produjo molestia a Omer Emeth, el sacerdote Emilio Vaisse, el gran crítico literario de la época, que escribía en el diario “El Mercurio”. Pero Omer Emeth era un hombre verdaderamente honesto. Por lo tanto, en el artículo en que da cuenta del libro “El Roto”, informa que se apersonó al Arzobispado, para saber si era efectivo que estas casas pertenecían a esa sacra institución. Y reconoce que así era. Agrega que el Arzobispado está decidido a desprenderse de estas propiedades. Una de las mejores novelas de Edwards Bello, “La chica del Crillón”, se basa en un hecho policial ocurrido en aquel famoso hotel, hoy desaparecido: una mujer asesina a su amante, hombre casado de la alta sociedad. Curioso: 20 años más tarde, el hecho se repite en el mismo hotel y ahora, quien escribe la novela, una narración testimonial de alto mérito literario, es justamente la mujer que hizo los disparos fatales, María Carolina Geel. Su libro se titula “Cárcel de Mujeres”.
Siempre existió una vinculación entre el periodista, los hechos reales, actuales o del pasado y la literatura. La gran literatura es aquélla que se apoya firmemente en la realidad. Los escritores a menudo investigan, a la manera de los periodistas, reúnen antecedentes sobre sucesos, lugares o personajes, que luego utilizan en sus obras. Por cierto, no de manera literal, como documentos, sino transfigurados por la empresa literaria. Aunque también hay casos de escritores que incorporan en sus obras literarias documentos reales o fragmentos de ellos. El periodista tiene la misión de decir la verdad, mientras que el escritor cuenta una verdad a partir de una invención. O, si se quiere, de una mentira. Pero resulta que la novela o el cuento muchas veces penetran en la realidad más a fondo que cualquier reportaje. Y tanto es así que una fuerte tendencia en desarrollo hoy en el campo de la historia presta especial atención a las obras literarias de determinados períodos porque a menudo ellas dicen más sobre las circunstancias de una época que los documentos oficiales o la prensa.
Existe además la literatura fantástica que casi siempre nos dice verdades sobre nuestra propia vida. Por otra parte, en la medida que la humanidad profundiza más en el conocimiento de la realidad, tanto en la psiquis, el alma humana, como en los mundos infinitamente grandes o infinitamente pequeños que nos rodean, las fronteras del realismo se amplían. Hoy existen profesiones que hace 50 años no podíamos imaginar, hay seres humanos dedicados a actividades que antes sólo existían en las novelas de ciencia-ficción. Entonces, lo que llamamos realidad está en continua expansión y también debe estarlo una literatura que aspire a reflejarla. Aunque siempre estarán en la base los seres humanos, limitados, mortales, a menudo juguetes de sus impulsos y de sus choques y relaciones con otros seres humanos, con las fuerzas de la sociedad o con las fuerzas de la naturaleza.
Entre los escritores chilenos que usaron los métodos del periodismo debemos mencionar al gran novelista Alberto Romero, quien sin embargo, nunca fue periodista. Era un funcionario de la Caja de Crédito Hipotecario. Terminaba su trabajo cada día a las seis de la tarde. Iba a su casa, comía ordenadamente a las nueve de la noche. Y a las diez de la noche salía a la calle, a reportear. No se puede llamar de otra manera el trabajo que él hacía: acompañaba a las rondas de Carabineros o de Investigaciones, en busca de hechos de sangre o tras la captura de delincuentes. Cada noche caminaba por las calles del centro y de extramuros. Los noctámbulos de aquel tiempo lo conocían personalmente. Buscaba la documentación de su literatura con el método del reportero. Mucho de eso está en sus libros. Entre ellos, “La Viuda del Conventillo”, que es el más conocido; “La Mala Estrella de Perucho González”, que se reeditó hace poco en Chile, y una decena de otras novelas de gran interés, que son retrato de la época y de la realidad chilena. Romero es autor también de un libro reportaje y testimonial sobre la guerra civil española que cubrió desde el frente de Madrid. Se titula “España está un poco mal”.
Hablando de escritores periodistas hay que hablar de Hernán Díaz Arrieta, sin duda uno de los mayores escritores chilenos en el campo de la crítica literaria. La mayor parte de su obra, como crítico, está en la prensa diaria, desde los años 30 hasta comienzos de los 70. Primero en “La Nación”, después en “El Mercurio”. Hombre de tendencia conservadora era capaz, sin embargo, de reconocer los méritos de obras literarias escritas por autores muy lejanos de sus convicciones, como Manuel Rojas, González Vera, Neruda, Francisco Coloane. Cada una de sus crónicas literarias es un modelo de estilo literario adaptado a los fines del periodismo.
Hagamos otros nombres más. Rafael Maluenda –que fue director de “El Mercurio” y que como tal escribió innumerables editoriales y artículos sobre temas de la actualidad- es autor de notables relatos de gran mérito literario sobre los bandoleros chilenos, “Cuentos de bandidos”. Hugo Silva, director de “El Mercurio” de Antofagasta, publicó una gran novela, “Pacha Pulai” que se basa en un hecho periodístico: la desaparición del famoso Teniente Bello y en otro gran mito nacional, el de la ciudad de los Césares.
Hernán del Solar, Premio Nacional de Literatura, fue periodista durante gran parte de su vida y siempre hizo crítica en la prensa. Luis Enrique Délano: comenzó como reportero policial en “Las Ultimas Noticias”, trabajó en otros periódicos y siempre escribió en “Ultima Hora” y el diario “El Siglo”. Fundó y dirigió la revista “Vistazo” y es autor de numerosos cuentos y novelas que, en muchos casos, arrancan de hechos reales. Francisco Coloane, gran narrador en cuentos y novelas: vivió toda su vida y se ganó la vida, escribiendo artículos para la prensa. Se siente periodista y sin duda lo es. También comenzó como reportero en el diario “Las Ultimas Noticias”, trabajó en el diario “El Sol”, hoy desaparecido, y en otros periódicos.
Manuel Rojas escribió miles de artículos periodísticos, además de sus maravillosas novelas, pero nunca fue periodista de tiempo completo. Volodia Teitelboim, Premio Nacional, empezó como cronista deportivo en “El Diario Ilustrado”. Pasó toda su vida colaborando con “El Siglo” y otros órganos de prensa. Fue comentarista polìtico, como se sabe, en radio Moscú, y su caudalosa obra incluye novelas, ensayos y no pocas compìlaciones de artículos de prensa.
En fin, mencionemos todavía a otros escritores que fueron periodistas profesionales. Alfonso Alcalde, Patricio Manns, entre los más jóvenes Marcelo Simonetti. La enumeración es larga, puede resultar fatigosa, pero está muy lejos de agotar el tema.
Quiero terminar, citando a Jules Romains. Este escritor francés, Premio Nobel de Literatura, cuenta la visita que hace uno de sus personajes, Jacques Thibault, un hombre que tiene inquietudes literarias, a Jalicourt, un famoso crítico de la época. Y le dice: “¿Cómo hacerlo? Quiero ser escritor”. Este le responde:
“¿Qué quiere usted de mí, señor? ¿Un consejo? ¡Abandone los libros, siga su instinto. ¡Aprenda algo, señor: si tiene usted una pizca de genio, no podrá crecer nunca sino desde adentro, bajo el empuje de sus propias fuerzas. […] Entre a un periódico, corra tras las noticias del día. ¿Me entiende usted? ¡No estoy loco! ¡Las noticias del día! La zambullida en la fosa común. Ninguna otra cosa le enseñará. ¡Bregue de la mañana a la noche, no deje escapar ni un ccidente, ni un suicidio, ni un proceso, ni un drama mundano, ni un crimen de lupanar! Abra usted los ojos, mire todo lo que una civilización acarrea, lo bueno, lo malo, lo insospechado, lo ininventable. Y tal vez, después de eso pueda permitirse decir algo sobre los hombres, sobre la sociedad, sobre usted mismo!»
José Miguel Varas
JOSÉ MIGUEL VARAS: PARA REÍR Y LLORAR
Por Enrique Fernández
José Miguel Varas partió hace 10 años, el 23 de septiembre de 2011, el mismo día en que lo hizo su amigo Pablo Neruda, que se fue 38 años antes, el 23 de septiembre de 1973.
¿Coincidencia o un designio tácito que selló una larga amistad?
Soplaban los agitados vientos de 1948 cuando el estudiante y locutor radial de 20 años conoció al poeta y se convirtió en su colaborador. Neruda, entonces de 44 años, militaba en las filas del Partido Comunista, proscrito por el presidente Gabriel González Videla, a quien el poeta llamó “traidor”.
Por esas vueltas de la Historia, la dictadura de Augusto Pinochet volvió a proscribir al Partido Comunista, en cuyas filas militaba José Miguel Varas, convertido ahora en periodista y escritor. Fue esta circunstancia la que obligó al autor de “El Correo de Bagdad”, “La Novela de Galvarino y Elena” y “Milico” a escoger también, como Neruda, el camino del exilio.
Refugiado en la Unión Soviética, el ex jefe de prensa de Televisión Nacional hizo llegar su voz cada noche hasta los hogares chilenos, desde el programa “Escucha Chile”. Lo hacía a través de las ondas cortas, para denunciar las violaciones a los derechos humanos que cometía la dictadura, junto con difundir aquellas noticias que la prensa chilena no publicaba.
De regreso en su país tras el restablecimiento de la democracia en 1990, José Miguel Varas recuperó sus vínculos con el periodismo y sobre todo con la literatura, en cientos de crónicas y más de una decena de libros de cuentos y novelas, hasta convertirse en uno de los mejores narradores contemporáneos, galardonado con el Premio Nacional de Literatura en 2006.
¿Cuál era el secreto de un espíritu tan creador? Como periodista, su imaginación de escritor tomaba aspectos de la realidad que observaba, para llevarlos a la ficción. Considerado entre los mejores cronistas nacionales, junto a José Joaquín Vallejos, Daniel de la Vega, Joaquín Edwards Bello o Hernán Millas, Varas pensaba que tanto el periodista como el escritor deben poseer “la facultad de volar, de ver y mostrar el dolor, la suciedad, la violencia, el amor y la poesía de los hechos cotidianos”. Y agregaba:
“La literatura puede igualmente tratar de hechos actuales o históricos importantes. Pero también puede detenerse, y a veces largamente, en sucesos domésticos, repetidos, mínimos que, de alguna manera, y aquí entra el arte del escritor, interesan al lector, porque dicen algo sobre la existencia humana, sobre los sentimientos, los deseos, las esperanzas o falta de esperanzas”. (1)
Es aquí donde volvemos a encontrarnos con esa unión afectiva entre el cronista y el poeta, porque cuando Varas volvió del exilio junto a su esposa Iris Largo y sus tres hijas, retomó sus lazos con Neruda. Escribió tres libros en los que reivinndica los valores humanos de su amigo ausente. “Neruda y el Huevo de Damocles”, “Nerudario” y “Neruda Clandestino” revelan detalles inéditos de la personalidad, la calidez y el sentido del humor del poeta. Sin ser ensayos biográficos, los tres libros conforman un viaje por el tiempo, donde también aparecen, en amenos diálogos, el poeta francés Paul Eluard, el arquitecto y cineasta uruguayo Alberto Mántaras, la pintora argentina Delia del Carril -segunda esposa de Neruda-, los escritores chilenos Margarita Aguirre y Juvencio Valle, además de una galería de otros personajes.
Sus páginas constituyen una tertulia, donde Varas utiliza sus dotes de cronista y narrador para presentarnos al poeta con su alegría de vivir, sus andanzas clandestinas en el amor y la política, su destierro y sus días de gloria.
«Curiosamente, el capítulo que reúne en grado máximo estas cualidades del autor es aquél que narra las mayores penurias del poeta: Neruda en el exilio, una crónica excelente por donde se la mire», escribió en el diario El Mercurio el crítico Ignacio Valente. En algún momento, según Valente, el lector no podrá distinguir si la gracia que fluye del lenguaje de Varas es un mérito suyo o de Neruda, porque ese estilo tan suelto refleja una simbiosis entre el fino humor del cronista y el poeta. (2)
Un ejemplo de la identificación entre ambos es la anécdota que José Miguel Varas sitúa en París, en 1950, cuando Neruda recibe el primer ejemplar del “Canto General”, editado en Chile en forma clandestina. Sucedió mientras participaba en un homenaje al pintor español Pablo Picasso, por haber recibido el Premio Stalin.
«Neruda fue uno de los oradores -recuerda Varas en “Neruda Clandestino”-. Contó con mucha emoción cómo se había editado el libro en Chile. Los asistentes se pusieron de pie y prorrumpieron en aplausos y ovaciones cuando el poeta chileno solemnemente regaló el libro a Picasso».
El homenajeado alzó el ejemplar para que todos lo vieran, en medio de nuevas oleadas de aplausos. Cuando terminó el acto el poeta se acercó sin embargo a Picasso y le arrebató sorpresivamente el libro. Varas relata que el pintor lo miró atónito, con los ojos muy abiertos, pero Neruda se limitó a decir: «Es el único ejemplar que tengo…». Y recuperó su libro.
Por eso el poeta Armando Uribe dijo una vez que las crónicas y relatos de José Miguel Varas son “cuentos para reír y llorar”.
(1) Suplemento especial de “La Nación” con motivo de los 100 años del Círculo de Periodistas de Santiago, 25 de agosto de 2007
(2) Ignacio Valente, “Revista de Libros” de “El Mercurio”, 31 de julio de 1999.