Por Federico Gana Johnson
Con sus ojos observadores como a la distancia y su arrugada cara de niño travieso, Humberto Maturana daba la impresión de que siempre estaba a punto de reír. Y, de seguro, pasaban por su mente aquellas imágenes que pasan por las nuestras. La diferencia estuvo en que el profesor las aprovechaba para sacar conclusiones científicas. Pero no era un humor de chistes ni cosas vanas. Era que la realidad le hacía concluir que sus estudios no estaban equivocados. Era que sus ideas se materializaban en ejemplos vivos. Parecía estar siempre pensando en otra cosa, derivada de la conversación que se estuviese llevando a cabo.
Buscaba el detalle preciso para manifestar lo fundamental de la situación circundante. Su tremendo sentido humano se mostraba así, en las pequeñas cosas del día a día y con ellas enseñaba, principalmente, a vivir en sociedad. Lo que es respetar a la naturaleza y en sus infinitos detalles que gritan silenciosos el devenir de la existencia.
En Chile tuvimos siempre algo guardado respecto del Maestro recién fallecido, como si no nos diéramos cuenta (y, de hecho, así somos) de su talento y su mirada científica tan apegada al común y corriente ser humano. Usted, yo. Él, propiamente tal. Este biólogo más conocido en todos los rincones el mundo que en la propia esquina de su barrio. Suele ocurrir, reaccionamos así los chilenos. No sabemos ni a veces tampoco queremos saber de los tesoros que tenemos.
Quizás ahora, cuando ya está partiendo Maturana por otros caminos que no conocemos, es cuando de verdad lo empezaremos a echar de menos. Porque era un hombre de buen humor, a toda prueba. Del humor serio, el que permite mirar hacia adelante y en torno a sí. Las lecciones que nos ha dejado son aún más valiosas en estos momentos de nuestra historia, esa que se teje a día. Es este preciso momento en que necesitamos tanto abrazarnos, sentirnos como sumamos en la sociedad.
El viaje final de Humberto Maturana golpea, efectivamente, a todo el mundo de la ciencia, pero también al humanismo y a la cultura. Al precioso desarrollo de la investigación, de la literatura y también de la filosofía. Como legado nos deja su pensamiento y sus contundentes reflexiones sobre la vida. Seleccionamos una frase de tal contundencia que finalizamos con ella estas palabras escritas con un profundo agradecimiento, desde nuestra profesión de periodistas:
“Cuando entendamos que el amor educa, que el amar es un espacio donde acogemos alotro y lo escuchamos sin negarlo desde un prejuicio, que lo dejamos aparecer, eso se transformará en la educación que todos queremos…”.
Con sus cabellos desmarañados y sus ojos claros, Humberto Maturana nos seguirá mirando, con su serio humor tan puro y que tanto necesitamos.
Estoy triste