Por Sergio Reyes
Llama la atención que en las últimas semanas se diera el caso de la irrupción en el debate público de la esposa de Piñera, Cecilia Morel.
Cecilia Morel ha manifestado su interés para incidir en las acciones de políticas públicas del gobierno y que no han logrado mayormente el interés de la ciudadanía como son las contra reformas tributaria y laboral, pero que sí tienen intereses gravitantes para el sector socio-económico que ella y su marido representan.
Efectivamente, la esposa del presidente concluye, junto a éste, que se debe independizar, a través de decretos, el debate ético-público de cualquier ser colectivo o del pueblo representado en el Congreso Nacional, dejando de esta forma en el abandono a la gran mayoría de la población, y sólo buscando acreditar las promesas de campaña que benefician a su clase social.
Concluyendo de esta forma que los muros de la pobreza participativa ciudadana se levantarán aún más alto, para que la población no permita observar sus propios intereses de clase, es decir, Cecilia Morel junto a Piñera, se revalorizan a sí mismos quedando el debate público sólo en el espacio individual; por tanto, existe una nueva revalorización de sí mismos, y no revalorización del mundo ciudadano popular.
Lo anterior se posibilitó ante la falta de identidad, y la espectacularización de lo que hacen públicamente sus ministros, quienes no han logrado estar a la altura de las exigencias ciudadanas y sociales.
La desesperada acción de Cecilia Morel evidencia que los ministros de Piñera no han tenido la capacidad de desarrollar las políticas públicas encomendadas, y no lo logran por las constantes contradicciones que levanta una y otra vez Piñera al ver como empeora en las encuestas.
Así, y ante la incapacidad del gobierno, Cecilia Morel desde el espacio de actor social popular se ha ido transformando en un actor institucional que defiende las privaciones que desde el gobierno se ejecutan en contra de los trabajadores en general.
Al igual que Piñera, Cecilia Morel nos explicita una vida sobre abundante de sentidos y contradicciones negativas en el propio seno de su gobierno, y que no logran asentar y comprender los espacios de participación ciudadana.
Por otra parte, encontramos en los discursos de Morel un rechazo al espacio público de la oposición, fragmentando los valores de la mayoría de los vecinos, los que le dieron el mandato a los parlamentarios para fiscalizar al gobierno de Piñera.
Morel y Piñera han caído en el descrédito, ya que no han logrado, a pesar de los años de experiencia, poner sus responsabilidades finales al servicio de la población, y no de intereses industriales transnacionales.
Piñera-Morel no nos abren las puertas al debate público, al contrario, sus intereses golpean sus convicciones últimas para beneficios institucionales, porque de esta forma manifiestan su verdad final, ante que el desarrollo de espacios colectivos.
Claro que sí, Piñera y Morel deben expresar sus convicciones políticas porque están en su derecho y en espacios de privilegio social, político, económico, comunicacional entre otros, y eso es lo que hace finalmente Morel, expresa su verdad, y que es contraria al interés de la gran mayoría de la población que ve que sus pensiones y jubilaciones no se reajustarán porque Piñera, su esposo, ha rebajado los impuestos a los más ricos, incluido él.
Max Weber nos habló en su política como vocación, que en esta condición moderna es exigencia principal la ética de la responsabilidad.
Morel no está atenta a las consecuencias de su espacio de valor, de responsabilidad y de convicción, lo que hace es tratar de intervenir directamente en las decisiones y opiniones de la población, pero estableciendo desde qué términos del discurso político deben los demás fijarse para emitir sus juicios en contra del adversario: Una oposición antipatriota y obstruccionista; el mismo discurso de Piñera.