Es divertida y muy sincera. Mirada vivaz, elegante y bien vestida, como siempre se ha caracterizado. Ella es Carmen Barros, la gran artista chilena, matriarca del teatro musical en el país. En su departamento, ubicado en la comuna de Providencia, rodeada de fotos, premios y recuerdos, la primera Carmela de La pérgola de las flores, nos regala un emotivo relato acerca de su carrera, el cariño que siente por el arte y cómo analiza el recorrido que ha hecho a lo largo de su vida, entre el canto y las tablas, y que hasta ahora la mantiene vigente.
La voz privilegiada de Marianela
“Creo que cuando tenía cinco o seis años le dije a mis padres que iba a ser artista”, confiesa, una mujer segura desde su propio nacimiento hace 97 años.
Antes de entrar en los más de 70 años de carrera que lleva en su piel, debemos comenzar por la historia de la actriz. Carmen Aída Barros Alfonso nació el 7 de enero de 1925. Hija de Tobías Barros Ortiz, militar y diplomático, vivió su juventud en Europa.
Ahí conoció a la mítica cantante Rosita Serrano, quien se interesó por ella cuando descubrió sus dotes vocales y la inició en el canto. De vuelta a Chile, prosiguió sus estudios musicales, destacando muy pronto por su voz privilegiada, y adoptando un seudónimo artístico, Marianela, tomado del nombre de una hija de Alfredo Molina Lahitte, célebre fotógrafo de la época. “En el año 44 empecé a cantar en la Radio Agricultura y ahí me pusieron el seudónimo”, detalla Carmen al Círculo de Periodistas.
El periodista Santiago del Campo impulsó ese debut en la emisora, y la voz de Carmen se escuchó en canciones como «Lili Marleen»; melodías como «Ojos negros» y «Parle-moi d’amour»; éxitos de norteamericanos como «Night and day» y «Begin the begin» y boleros como «Nocturnal» o «Mía no más».
Luego, en 1946, vendría su rol como Marcelina en una versión de la ópera Fidelio, de Beethoven que produjo la compañía Metropolitan de Nueva York y que se presentó en el Teatro Municipal de Santiago.
“Mi único anhelo era ser cantante de ópera, y me empezó a ir muy bien. Tuve uno de esos golpes de éxito. Llegó gente del Metropolitan y el director me dijo que me fuera a Nueva York con ellos, pero ahí me di cuenta que no me quería separar de mi familia y dije no”, cuenta.
Debutó a los diecinueve años en el cine en uno de los papeles protagónicos de Bajo un cielo de gloria (1944), dirigida por José Bohr, uno de los escasos films chilenos dedicados al tema de la aviación. Participó luego en Música en tu corazón, un fracasado intento de película musical, en la que aparece junto a varios otros intérpretes nacionales, cada uno con una canción, todo para el mayor lucimiento de la protagonista, la cubana Margarita Lecuona.
Su carrera artística comenzó a ser reconocida y en 1950 logró uno de los primeros premios Caupolicán, otorgados por la Asociación de Cronistas de Cine, Teatro y Radio, en la categoría de cantante femenina.
Aparece el teatro en su vida
Poco tiempo después, tras su éxito en la ópera y la radio, buscó dominar también las tablas. Debutó en 1950 con dos pequeñas obras: la comedia musical Carlos y Ana, en L’Atelier, y luego Anatole, en la sala Petit Rex.
Pero no solo el canto y la actuación eran sus sueños, también componer y su amor por la música se pudo unir al teatro. Carmen lo dice: “En la primera comedia musical chilena, la música la puse yo. ¡Esta señorita Trini! es la primera y no creo que haya muchas más”.
Así compuso, en 1958, la música de esta obra creada junto al dramaturgo Luis Alberto Heiremans, con arreglos del pianista y director de orquesta Pedro Mesías.
“Una cosa es hablar del teatro y otra del teatro musical, porque son distintos, son separados. Carmen Barros es la matriarca del teatro musical chileno”, afirma con seguridad Hernán Fuentes, director, autor de teatro musical y creador de los Premios Carmen.
¡Esta señorita Trini!, se estrenó por primera vez en el Teatro Camilo Henríquez del Círculo de Periodistas, que en ese tiempo era la sede del Teatro de Ensayo de la Universidad Católica, y que a lo largo de la historia ha albergado a gran parte de las obras teatrales más importantes para Chile durante la segunda mitad del siglo XX.
Tras su inauguración en 1956, el primer piso del edificio de Amunátegui 31, donde hasta hoy se ubican las oficinas del Círculo de Periodistas, fue la casa para el debut de la primera pieza del teatro musical chileno.
Y no sería la única donde Carmen Barros participaría.
Europa y su relación con la cultura
Al hablar de Carmen Barros es imposible no mencionar su impronta europea, pese a que es chilena por ambos padres. Los años, durante su infancia y adolescencia, vividos en el viejo continente le otorgaron características y una personalidad por la que muchos la asimilan a una alemana. Tuvo la suerte de viajar y recorrer el mundo cuando era un privilegio de pocos y pocas.
Su padre, Tobías Barros Ortiz fue más de una vez ministro en el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo y luego ocupó cargos de embajador. Por sus misiones diplomáticas, la cantante pasó parte de su infancia en Lima, cuando él era agregado militar en Perú; y después en Europa, tras ser nombrado como embajador en Alemania entre 1940 y 1943, en medio de la Segunda Guerra Mundial. Su manejo del idioma se extendió y el alemán lo dominó, incluso, antes que el castellano.
“Pude nutrirme de la cultura, los conciertos, la ópera, el teatro. Entre tantos otros, conocí a Rosita Serrano. Los alemanes estaban enamorados de ella, y con toda razón, porque tenía una voz privilegiada”, contaba en febrero pasado a El Mercurio.
En 2015, ya había mencionado a The Clinic la importancia de su residencia en Berlín cuando tenía unos 15 años: “Fue mi transformación de muchachita a señorita, una vida muy interesante. Bueno, un país en guerra no es ideal ni mucho menos, pero el mundo diplomático se podría decir que mantenía una vida más festiva”.
Su padre después ocuparía un puesto similar en Italia, entre 1953 y 1957. El hermano mayor de Carmen, Tobías Barros Alfonso, también siguió una vida diplomática y se convirtió en embajador de Chile en Viena por esos años. Ahí la actriz lo acompañó y se estableció en la capital de Austria. “Tuve esa suerte impresionante de que mi único hermano era diplomático y el Gobierno lo designó a la recién instalada embajada en Austria, después de la Segunda Guerra Mundial. Él tenía el idioma, porque nosotros desde chicos manejamos el alemán. Entonces, decidí irme con él”, cuenta con entusiasmo, y recuerda que “lo pasábamos muy bien: yo aportaba lo del teatro y él lo diplomático y teníamos las amistades más entretenidas, nos complementamos”.
Ese tiempo en el país germano fue importante también para su carrera: “Ahí yo quería ser cantante de ópera y me metí con el mundo de los vieneses. Tenía amistades con personas igual que yo, extranjeras estudiando con austríacos, entonces era un grupo entretenidísimo, de Estados Unidos y otros países, lo pasábamos bomba, éramos unas 15 personas”.
Volvería a Chile con sus conocimientos expandidos y talento rebosante para ¡Esta señorita Trini! y, muy poco después, para la obra por la que, quizás, es más recordada: La pérgola de las flores (1960).
El Camilo Henríquez y la Pérgola de la Flores
Al teatro de Amunátegui 31 solo le tiene cariño y buenos recuerdos. “En la Católica querían tener un teatro y así llegamos al Camilo Henríquez que era donde ensayábamos y presentábamos las obras. Ese teatro que quedaba al lado de los periodistas era muy bueno, muy encantador, es mi casa así lo considero; además como grupo teatral éramos todos muy amigos”, recuerda Carmen.
Comenta que se trataba de un lugar adecuado para los distintos montajes y con buenos trabajadores. En ese escenario, el 9 de abril de 1960, dio vida por primera vez al personaje que marcó su carrera, la huasa Carmela que viene de San Rosendo a vivir a la ciudad, en La pérgola de las flores.
En 2016, Carmen habló en El Mercurio sobre ese día de estreno: «Recuerdo la fecha, porque fue el día en que las floristas de la Alameda hicieron su presentación y repletaron con flores el Teatro Camilo Henríquez».
En la comedia musical de la dramaturga Isidora Aguirre y el compositor Francisco Flores, Barros compartió con Silvia Piñeiro, Ana González y muchos otros artistas cruciales de la actuación en Chile.
Isidora Aguirre, quien falleció en 2011, unos años antes, en 2009, destacaba a La Nación la importancia de la sala para la creación de la obra fundamental para el teatro chileno: “Fue allí, donde día a día corregí y terminé de escribir. Eso gracias a la colaboración de Eugenio Guzmán (director de la pieza) y a la inspiración que significaba trazar personajes para determinados actores, como Ana González, Elena Moreno, Silvia Piñeiro, Carmen Barros, Justo Ugarte”.
No fue una interpretación fácil para Carmen. Las complejidades de encarnar a un personaje que era la antítesis de ella, una huasa de campo frente a su personalidad europea. “Le tenía al principio un pánico a ese rol porque no tenía ningún contacto con ese mundo rural; todas mis compañeras de trabajo eran grandes actrices buenas para la cosa chilena y yo todo lo contrario, era extranjera”, revela.
Tuvo pánico desde el inicio, en medio de la primera lectura de la obra con Eugenio Guzmán, en el Teatro Camilo Henríquez. ¿Un rol popular? Ella, que cantaba ópera, pensaba que no le correspondía ser la Carmela.
“Un día Eugenio me dice, Carmen qué piensas de tu rol, y yo le respondo” -se detiene y comenta lo mucho que se rieron todos con su respuesta- “para mí es un rol muy encantador porque es una muchacha sencilla, divertida, simpática, no tiene mayor complejidad, y en vez de decir algo en castellano, dije: pero yo no tengo ningún approach. Eugenio me mira y me dice y, ¿qué has pensado hacer al respecto?”.
Pensó en imitar, lo que es considerado hasta ofensivo en el mundo de la actuación, así que Guzmán la mandó ir todos los días a la Estación Mapocho para ver “cómo bajan ahí las personas que llegan del campo y estudiar todo eso. Y le dije ¿entonces cuándo voy a ensayar?, ¡si yo era de una tontería nunca vista!”, se ríe.
Carmen estaba muriendo por dentro. Incluso estudiando en la Estación Mapocho no lograba conectar con el personaje, sin saber que la respuesta siempre estuvo en su hogar. La ansiedad tuvo su fin y Carmela su nacimiento.
“El rol no lo lograba, tenía que ser una huasa simpática, pero bruta. Entonces, me acuerdo que un día llegué a la casa y teníamos una nana que era muy encantadora, joven, y le digo María Luisa y me dice ‘ahhh, seño’a Carmencita’ y la empecé a mirar. Le dije perdóneme, pero la voy a mirar bastante a usted, tengo un rol que quiero hacer como usted. Y empecé a mirarla y me empecé a acostumbrar y me apropié del personaje”, asegura.
El resto es historia.
Su familia y su rol como diplomática
Un amor fulminante. Con seis meses de relación, Carmen Barros contrajo matrimonio civil con el piloto Jaime Amunátegui Silva, con quien tuvo tres hijos: Bárbara, Loreto y Jaime. Su matrimonio contó con invitados de distintas tendencias políticas: Carlos Ibáñez del Campo, el radical Gabriel González Videla, y también Jorge Alessandri, quien era amigo de su suegro.
“Mi marido fue un hombre muy fascinante, el padre de mis hijos era muy encantador. Pero, él me abandonó tres veces, y cada vez que volvía yo tenía una guagua (ríe), No fue buen marido, pero sí fue un padre encantador”, recordó en CNN Íntimo, espacio conducido por Matilde Burgos.
A su padre, lo nombraron embajador en Italia y ella decide acompañarlo. Siguió con su trabajo en ópera, y luego se fue a vivir a Viena y la llamaron para hacer un protagónico en la Ópera de Bruselas, Bélgica. Sin embargo, todo se trunca porque a su padre lo nombraron canciller y debió regresar. A pesar de que aguantó un año más sin ver a sus hijos, finalmente, decidió volver a Chile en 1957.
Pero esa no sería la última vez que saldría de nuestro país para cumplir sus sueños. Después del Golpe de Estado, en 1973, se fue a Kenia, en África para trabajar como funcionaria de Naciones Unidas durante 10 años. Sin embargo, estando allá vivió uno de los momentos más difíciles de su vida, el fallecimiento de su madre. “Fue algo muy doloroso”, recuerda. Su hija mayor, Loreto llevó a su abuela a la clínica Alemana para hacerse exámenes, sin embargo a las tres horas su cuerpo no resistió debido a una septicemia.
“Para mí fue muy terrible (…) cuando me contaron estando en Kenia, casi me desmayé y me costó tanto venirme a Chile porque esto fue en 1980 y no habían las conexiones que existen hoy (…) me demoré como tres días, no alcancé a llegar al funeral de mi madre”, recordó en una entrevista hace tres años en Chilevisión.
Luego volvió a Chile y sería justamente la televisión la que tocaría su puerta. Su primera teleserie fue Los Títeres (1984), que junto al personaje en El amor está de moda (1995) fueron sus mayores orgullos. En 2014 participó en la versión nacional de Los años dorados, la comedia de la televisión norteamericana de gran éxito a mediados de los años ’80. Carmen dio vida a la mayor de ese gracioso clan femenino en el que compartió elenco con Anita Reeves, Gloria Münchmeyer y Consuelo Holzapfel.
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Carmen se salió de toda estructura, de todo molde de lo que debían hacer las mujeres de la época. Vivió en Alemania, Bélgica, Italia, Austria, y Lima, pero siempre -desde muy pequeña- supo lo que quería era estar sobre los escenarios, ser artista. Hoy se considera feminista y asegura que las mujeres tienen mucho que decir y hacer.
Vigente y con ganas de seguir
Con más de siete décadas de carrera sobre los escenarios, Carmen tiene ganas de seguir aportando a la cultura y las artes. Sin ir más lejos este año, se estrenó el documental Mi Marilyn Monroe, donde encarna a la diva de Hollywood bajo la dirección de Alejandro Goic. El montaje juega con la idea de qué sería de la leyenda del cine norteamericano si hoy estuviera viva, a los 97 años, los mismos que tiene Barros. Papel que vuelve a interpretar, porque en 2011 lo protagonizó en las tablas.
Su edad no es impedimento para que ella se mantenga activa. Otras de sus últimas apariciones en el teatro han sido El marinero, de Fernando Pessoa, en 2015, donde compartió el escenario junto a Bélgica Castro y Gloria Münchmeyer; luego, en 2017 en Alameda, de César Farah, junto a Anita Reeves; y en Tukoo! Tukoo!, o la princesa de la luna lagartija, la obra del dramaturgo y director filipino Anton Juan, a mediados del 2018. Obviamente, como a todos los actores y actrices la pandemia vino a poner un punto suspensivo en sus vidas, porque no era posible realizar obras ni presentaciones. Pero hasta hoy se mantiene vigente y sigue pensando en proyectos y en el futuro.
Carmen habla de las nuevas generaciones. Se interesa por la política por leer, escuchar y ver lo que está pasando en Chile. En abril de este año, en The Clinic, se refería al recién asumido gobierno de Gabriel Boric, asegurando que “Chile se ha vuelto un país muy interesante, quizás el más interesante de Latinoamérica junto a Brasil y Argentina, entre otros motivos por los fenómenos sociales que se han dado. Lo que fue el estallido social en Chile provocó todo el proceso de cambios que estamos viendo ahora y que viene de un proceso largo después de la dictadura”.
Pero, no solo de política se preocupa. Esta ícono del teatro y la música también está pendiente de la educación de los chilenos y chilenas: “A mí lo que más me preocupa de nuestra televisión es que siendo el castellano el idioma más lindo que hay, resulta que los chilenos cada vez hablan peor y eso a mí me indigna (…) A mí me da rabia que utilicen tan pocos vocablos”.
Rodeada de fotografías, de recuerdos, de imágenes que evocan una buena vida, una trayectoria dedicada a las artes, a la cultura, dónde ella ha sido y seguirá siendo la protagonista, Carmen cierra la entrevista concedida al Círculo de Periodistas enviando un mensaje a las nuevas generaciones de artistas: “Lo más importante cuando se tiene una profesión como la que tenemos nosotros los actores y los cantantes es que debemos tomarla con seriedad y no creer que se puede improvisar. Es muy importante que la persona que va a estudiar teatro sepa que es un estudio serio, que requiere dedicación y compromiso”.
Este reportaje se realizó gracias al financiamiento del Fondo de Fomento de Medios de Comunicación Social del Gobierno de Chile y del Consejo Regional.
Periodista: Maritza Tapia F.
Fotógrafo: Alejandro Bustos M.
Editora: Ana Rosa Romo R.
Agradecimiento a: Archivo de la Escena Teatral UC